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Actitud, un camino de largo recorrido.

UN CAMINO DE LARGO RECORRIDO

«El proyecto Actitud es precisamente eso, una actitud, un ‘proceso’ de preparación mental y espiritual no solo para la escalada, sino para cualquier aspecto de la vida que, trasladado a la roca, confiere una fuerza y una autoconfianza que nos aleja de los convencionalismos de 6a´s o 7c´s, para disfrutar de una pared y sus sensaciones».

-Diego Fernández. Alumno del método Actitud-

APRENDER A DESAPRENDER

«No puedo, no llego, no tengo fuerza». ¿A quién no le han sobrecogido estos pensamientos alguna vez? Estas son algunas de las ideas que inundan nuestra mente cuando nos subimos a una vía, y es que vivimos en una sociedad que nos ha adoctrinado durante generaciones con el fin de subestimar nuestras capacidades. Proponemos, por tanto, el «des aprendizaje» de esos principios y la reeducación necesaria para el crecimiento interior de cada individuo.

El escalador, de cualquier índole, lo es porque ha encontrado en los recovecos de las montañas el camino hacia su libertad, la vía hacia la plenitud, la esencia de su autoconocimiento. Es por tanto natural que se presenten métodos como este, que no pretenden convertirse en soluciones milagrosas que nos conviertan del día a la mañana en mejores escaladores, pues, como reza la máxima «no hay mejor escalador que el que disfruta al máximo de cada momento». La intención radica entonces en la recopilación de ideas y experiencias que, combinadas con otras disciplinas, nos sirvan como herramienta, recurso o medio para «ascender».

PLANTEAMIENTO DEL MÉTODO ACTITUD

Con el fin de romper con esta tendencia establecida nos apoyamos en las tradiciones, artes y filosofías que tienen como principio común el crecimiento del alma, el cultivo del espíritu. «La fuerza sin la técnica está vacía, pero la técnica sin espíritu no sirve de nada» este podría definirse como uno de los fundamentos del karate-do, del aikido, o del yoga… algunas de las artes en las que nos hemos basado a la hora de desarrollar el método Actitud.

Con este método pretendemos recopilar una serie de ideas que consideramos de gran ayuda para lograr un autoconocimiento que, bien encaminado, puede dar lugar al refinamiento de las diferentes técnicas, habilidades y estrategias propias de la escalada.

Distinguimos tres aspectos esenciales a realizar en la preparación de nuestro ser, ya sea para la escalada como aquí proponemos, o para cualquier cuestión de la vida. Lejos de desvincularlos, pretendemos organizarlos para su mejor comprensión y aplicación. Estos tres aspectos serían el espíritu, la técnica y la forma física o, como se conoce en la tradición marcial japonesa el Shin-Gi-Tai, conceptos que forman un infinito vínculo que deriva en la sutileza y perfeccionamiento de nuestro carácter y acciones cotidianas. Nuestra intención es, por tanto, adoptar este concepto y modularlo con el fin de crear una terminología apropiada para la escalada. El orden que establecemos para la comprensión de este concepto es el siguiente:

El espíritu: el cual tratamos desde una perspectiva transversal, es una forma romántica de dar nombre a nuestro modo de expresión más íntima y personal, a nuestro propio yo y la manera en la que lo manifestamos al mundo exterior.

Actitud emocional: en este apartado recopilamos una serie de prácticas de introspección (relación con nuestro propio yo) y expansión (relación con factores y estímulos externos), que nos permiten desarrollar niveles superiores de consciencia que nos ayuden a afrontar cualquier situación de forma emocionalmente estable y controlada.

Algunos aspectos como la percepción, la aceptación y la comunicación se pueden analizar y refinar hasta sacar de ellos el máximo partido posible. Teniendo en cuenta siempre la productividad y la positividad de nuestras emociones como premisa principal, cualquier estímulo puede ser productivo siempre y cuando sepamos sacarle partido. Incluso el miedo puede convertirse en nuestro mejor aliado si así decidimos verlo.

Actitud corporal: el método Actitud trata de mejorar no solo las capacidades físicas básicas comunes para todos (fuerza, resistencia y flexibilidad), sino que centramos gran parte de nuestra atención en la observación y el análisis de las pequeñas sutilezas técnicas y gestuales propias de cada individuo, que tan a menudo marcan la diferencia. Mediante ejercicios funcionales, prácticas simuladas y en situación real, ganamos conocimiento sobre nuestro cuerpo, generando confianza respecto al mismo y fomentando la creatividad en situaciones de dudas o agotamiento físico. Firmemente convencidos de que no existen dos personas iguales, fomentamos la individualidad y la espontaneidad, asentando en esos principios las bases para el futuro desarrollo emocional, social y deportivo de los practicantes.

PUESTA EN PRÁCTICA

A la hora de presentar el proyecto Actitud, hemos considerado imprescindible hacerlo de forma práctica además de escrita, ya que no solo con la recopilación de ideas o su lectura se asienta un conocimiento, es esencial también que el aprendizaje logre ser significativo, y esto ocurre principalmente cuando lo experimentamos. Por ello, estamos llevando a cabo un estudio en el que la vivencia de los conceptos es la base para su asentamiento o, como escribió Confucio: «Dime algo y lo olvidaré, enséñame algo y lo recordaré, hazme partícipe de algo y lo aprenderé». Teniendo en cuenta que todos somos diferentes, no podemos establecer unas premisas básicas a la hora de plantear un taller. Aquí os contamos solo a modo de ejemplo uno de los experimentos que ya hemos puesto en práctica, compartiendo las conclusiones.

Experimento «Roturas»

Participantes: Hippie y Elena Romero.

Lugar y fecha: Chulilla, Valencia. 31 de diciembre de 2014.

Vía: Las roturas (sector Pared de Enfrente).

Crónica del taller

A las 8:03 nos ponemos en marcha. Desayuno exprés y aproximación temprana al sector. Nuestras mochilas cargadas de material y nuestro espíritu repleto de energía.

A las 9:44 llegamos a pie de vía, descargamos el material y llevamos a cabo las siguientes actividades:

Percepción y relajación. Con el arnés puesto trabajamos algunos ejercicios de control y consciencia de la respiración, y de percepción del entorno en el que vamos a escalar.

Calentamiento. Realizamos la vía de forma intuitiva, sin análisis, de forma libre y sin prestar más atención de la normal en los detalles tanto de la ruta como de nuestros movimientos.

Liberación de los sentidos, escalada descalzo. Nos desprendemos de los pies de gato y tomamos contacto directo con la roca. Trabajamos la técnica de «relajar las bisagras».

Privación de sentidos básicos. Escalamos la vía con los ojos vendados. Trabajamos la técnica de la comunicación y la intuición.

Conclusiones (Por Elena Romero)

Uno de los aspectos más importantes del taller creo que fue la carga emocional que la vía que íbamos a realizar tenía para mí. Las roturas fue, hace años, aquella vía que tantos pegues me costó resolver. Mi 1,57 de estatura, y un paso largo y a bloque, hicieron que después de encadenarla pasaran años hasta que la volviera a probar. A pesar de que es una de las pocas vías que hay para calentar en el sector, he preferido trepar y destrepar otras más fáciles o, directamente, «calentar» en los proyectos antes que volver a hacerla. Además ese mismo paso fue el que, por aquella época, me dejó tocado el hombro derecho, en el cual he perdido un poco de movilidad. Las sensaciones que obtuve en la primera parte fueron esenciales para enfocar mi concentración. Las respiraciones con el arnés puesto me parecieron además de gran importancia, debido a su relación directa con la ejecución. Empecé a escalar y fue la primera vez que entraba sin pretensiones negativas hacia la vía, solo quería treparla. Tras unos primeros metros de comodidad y libertad de movimientos, volví a encontrarme en aquel gran invertido donde se inicia la secuencia que tantos dolores de cabeza, y de hombro, me había causado. Tras un primer intento para recordar la clave del movimiento, sentí el pie izquierdo demasiado lejano, y decidí destrepar hasta el descanso previo para recapacitar sobre la técnica de ejecución. Volví a darle con fuerza y ganas, y decidí tirarme al canto sin demasiada seguridad. Caí, pero no con la rabia que me solía inundar. Descansaba colgada cuando Hippie me sugirió que acercara el pie izquierdo un poco para ganar estabilidad, y recordé que no era el pie «marcado» el que me sirvió para encadenarla. Así que decidí, aunque pareciera un paso más amorfo, intentarlo de esa manera. Esta vez, con más fuerzas y ganas, el paso salió. La siguiente chapa hasta la reunión tiene un cierto grado de complejidad emocional, además de un mosquetón cerrado, que hicieron que recurriera al «cadenazo» para acabar de hacer la vía. Sin colgarme, una vez chapada la reunión, y ya con la sensación de comodidad que te da pasar la cuerda por un seguro, rehíce el movimiento para recordar cuál era la posición idónea. La siguiente actividad consistió en escalar la vía descalzos. Sin ninguna predisposición de acabarla, ni mucho menos de encadenarla, ascendí por la ruta utilizando partes del pie con las que no estaba tan familiarizada. La sensación del frío de la roca, de las rugosidades y los filos de la misma, fueron las claves para que la disfrutara al máximo, ya que era una de las pocas veces que agradecía el desgaste de la caliza, su suavidad y la escasa agresividad con mi piel. Me percaté de la diferencia entre colocar la punta de un dedo volcando mi peso sobre él y relajar las articulaciones del tobillo para aumentar la superficie de contacto; técnica que hemos bautizado como «relajar las bisagras». El sentimiento de fascinación al verme capaz de ascender por la ruta que tanto había rechazado, y hacerlo sin un recurso tan aparentemente imprescindible como son los gatos, me inundó. Las horas se acababan y decidimos escalar la vía con los ojos tapados. La gente en el sector comenzaba a asombrarse con lo que estaba viendo. Yo solo los oía e imaginaba las caras que ponían al verme. Apenas estaba subida a la pared cuando Hippie comenzó a trabajar sobre el concepto de comunicación, a lo que respondí con un «Voy a intentarlo sin que me digas nada». La espontaneidad del taller estaba patente con todo lo que sucedía. De esta manera comencé a trabajar por mí misma la intuición y la memoria. Hacia la tercera o cuarta chapa, aún no lo sé seguro, comencé a desubicarme, y la memoria ya no servía de mucho. Empecé a poner los pies donde los pies querían ponerse, y a confiar en los apoyos por precarios que fueran. Recurrí a agarres que no había utilizado nunca para resolver las secuencias del principio, y reposé, casi sin manos, aún no sé bien cómo. Además de estos conceptos, como «defecto» o efecto de profesión, me percaté de la presencia de la empatía, la cual se trabaja desde este tipo de actividades para adquirir consciencia de cómo puede ser la vida de, en este caso, una persona ciega. Como reflexión final me llevo una «rotura» con lo establecido o lo que también hemos llamado «aprender a desaprender». Y es que no nos ponemos fuertes solo «apretando» o haciendo vías de dificultad que aumentan nuestra biblioteca de movimientos, sino también jugando con la eliminación de apoyos como pueden ser los pies o los ojos.

POR ELENA ROMERO DELTORO, COAUTORA Y COMPAÑERA DEL PROYECTO ACTITUD

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