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La Ley del Gabacho

 

El último fin de semana del mes de octubre, me sorprendió la noche bajando por la carretera que une el col de Tendes con Gavarnie. Y, ante la primera casa a la derecha de esta población francesa, sorpresa materializada en forma de graffitti: Gavatxos fils de puta. Evidentemente, aquella pintada era obra de algún ciudadano catalán cabreado con quién sabe qué uso local… ¿Por la tasa del aparcamiento veraniego, quizás? Bien; soslayando los afanes recaudatorios municipales, mejor será que nos centremos en el término gabacho que ilustraba tan rotunda protesta…

Como es bien sabido, este difundido apodo es el que los diferentes pueblos hispanos dedican a la población francesa en general. Hay quien sostiene que el vocablo gabacho quiere significar algo así como habitante de los gaves…, entendiendo que los referidos gaves son los ríos de montaña del Pirineo central galo. O, hilando más fino: se denominan así, en el dialecto occitano, los cursos comprendidos entre el gave d’Aspe y el gave de Pau. Casi un tercio del Pirineo. Además, diversas poblaciones altoaragonesas disponen de este sobrenombre para sus naturales; entre ellas, podríamos destacar a Adahuesca, Fuencalderas, Isuerre, Jaca, Lascuarre, Linares de Mora, Rasal o Yebra de Basa. Pero hablemos claro: en Huesca, la gente llama gabachos a los nativos de los pueblos de la lista anterior con ánimo de burla y pretendiéndoles asignar un carácter flojo o cobardica. Finalmente, hay que aclarar que se denominan gabachas a esas nubes que, procedentes de la dulce France, se cuelan por los portillos fronterizos para cubrir de brumas nuestra tierra.

Los vecinos septentrionales conocen perfectamente ese mote que les asignamos. Con frecuencia, algún amigo del otro lado de los Pirineos me ha interrogado sobre su significación exacta: mosqueado y con un punto de pesadumbre, he de reconocer, pues no se les escapa que se trata de algo malo que juzgan inmerecido. Por eso, suelen pedirme que concrete de qué se les acusa por aquí abajo. Y el caso es que, fuera de su carácter insultante, pocos hispanos saben nada de su posible etimología. Quizás, el tema merezca algunas líneas aclaratorias. Aunque sólo sea por eso de que, puestos a vilipendiar, lo hagamos con pleno conocimiento de lo que se larga…

Lo cierto es que no siempre han rondado los gabachos por nuestro panorama. Bien puede comprobarse rastreando textos anteriores al siglo XVIII, donde se designaba a estos amiguetes del Norte como galos, francos, franceses, bearneses o gascones; en ocasiones graves, incluso se les tildó de herejes, al suponerlos menos católico-apostólico-romanos que nosotros mismos. Parece claro que el nuevo gentilicio se difundió inmediatamente después de la Revolución francesa, y no a resultas de la invasión de 1808, como insinúa el grueso de historiadores. Yo casi me atrevería a precisar que, aunque el término gabacho existía desde mucho tiempo atrás, no se popularizó entre nosotros sino a raíz de las llamadas invasiones de la francesada, ya de los ejércitos revolucionarios, ya de los napoleónicos. Un período entre 1792 y 1814 durante el cual se abrió una serie de heridas entre los pueblos que moraban en ambos lados del Pirineo. Un total de veintidós añadas de acopio de desastres, uno detrás de otro.

¿Y la primera referencia a un gabacho? La más temprana que he podido rastrear dataría de 1794, durante la llamada Guerra contra la Convención: fue vertida por un Comisario Regio en viaje de inspección de nuestras defensas fronterizas. Así, este Francisco Zamora explicaba en su informe que, para fastidiar a nuestros sempiternos enemigos del Norte, cierto artesano del pueblo de Oto, en el valle oscense del Ara, viendo que los franceses venían todos los años a hacer cucharas, empezó a comprarles algunas y a viajar con ellas; fue tan feliz que luego empezó a hacerles trabajar de su cuenta a los franceses y aplicar a otros del país, y con esta industria que él sacó, la conducía a todo Aragón, Madrid y América, de modo que ha excluido de este ramo a los gabachos, enriqueciéndose él y el país. Dicho mote debió de hacer fortuna al aplicarse a los franceses: pronto iba a aparecer por todos los rincones de nuestra geografía. Veamos otro ejemplo más, especialmente pintoresco: en una carta remitida al comandante francés Lomet, un 6 de noviembre de 1809, el jefe de una partida de guerrilleros de Biescas, Miguel Sarasa, pedía que se trate a mis nobles soldados del mismo modo, pues de lo contrario, tiemble vuestra excelencia y todos los gabachos que caigan en mis manos; ya veo que tienen la salida de superioridad de fuerza, esto no lo niego, pero aunque en el número eran más los gabachos, un soldado de Sarasa vale por cuatro de aquéllos. ¡Guerra y cuchillo contra el invasor del otro lado de los montes!

Ese mismo espíritu guerrero reinará en las crónicas pirenaicas de cierto trotamundos de la época: Richard Ford. Sobre 1845, este inglés se divertía relatando el ánimo xenófobo que anidaba en el corazón de los diversos pueblos ibéricos… Pero, además de transcribir las letras de las jotas más beligerantes, Ford se molestó en servirnos las primeras explicaciones serias del término gabacho que he localizado. Vale la pena prestar atención a las razones empleadas: La palabra gavacho, que es el vituperio más insultante de los españoles contra los franceses, significa, según han pensado algunos, los que viven en gaves. Marina, sin embargo, la hace derivar, y correctamente, del árabe cabach: detestable, sucio, o qui prava indole est, moribusque. Confirmado: entonces, gabacho viene a querer decir algo así como cochinote, bien aderezado con toda la animadversión del mundo.

Este carácter insultante lo puede confirmar la crónica de otro excursionista temprano por el Pirineo aragonés. En esta ocasión, será el galo Gustave d’Alaux quien traslade sus anécdotas por nuestras tierras sobre 1846: En Anzánigo, adonde llegué al mediodía, pedí en vano que me dieran de comer; a mis insistentes peticiones, las muchachas de la posada respondían que un gabacho bien podía esperar, puesto que también esperaban los honrados cristianos: en el lenguaje despectivo del campesino aragonés, gabacho designa indistintamente a un francés y al animal del que se sacan los jamones de Bayona. Ya tardaban en comparecer los simpáticos cerditos, siempre tan a mano para el insulto más clásico…

Disponer de un cuadro equilibrado y completo nos hará recurrir al testimonio de un comentarista nacional: Francisco Fernández Villegas. ¡Su ánimo no puede ser calificado como tendencioso! En 1898, este madrileño visitaba la población fronteriza de Canfranc, donde escuchó a un local que echaba pestes de sus vecinos: Mientras los vascos de Navarra están a partir un piñón con los vascos franceses, los aragoneses y los habitantes del Béarn son de índole y carácter completamente distintos, y andan siempre a la greña. Casi todos los días hay reyertas, en las cuales, a decir verdad, llevan siempre la mejor parte nuestros compatriotas, gentes de muy malas pulgas que por cualquier cosa echan mano del cuchillo sin importarles ni las leyes humanas ni divinas. Esto nos lo contaba en su pintoresco lenguaje el simpático mayoral, añadiendo con tono de desprecio: Nosotros, cuando sale algún problema, lo ventilamos con la navaja, pero esos gabachos…, ¡es que no tienen sangre!”.

De los autores actuales, casi nadie ha afinado gran cosa en estas cuestiones. A modo excepción, revisaremos rápidamente unas tesis de José Ramón Jiménez Corbatón del año 1985: Que gabacho haya sido aplicado despectivamente a los franceses por los aragoneses, no significa que más bien en este caso se les quiera tratar a los primeros de cerdos. Gabacho era más bien sinónimo de cobarde, y tal distinción data de la guerra de la Independencia… No nos ha de extrañar su grafía gavacho, pues el término proviene del provenzal gavach, que quiere decir que habla mal. Se interpreta como el término francés salaud, o tipo despreciable; lo que, efectivamente, aquí podríamos llamar cerdo”. Y de nuevo resuena entre nosotros el ¡oink, oink, vecino!

Sería capaz de alargarme mucho más añadiendo anécdotas propias sobre el tema de la gabachería, recolectadas desde Girona hasta Donosti. Apuntaré sólo una que escuché en cierta villa de La Rioja: antaño, se decía que a uno de sus vinos les faltaba gabacho cuanto éste no era muy bueno. La expresión procedería, igualmente, de los tiempos de la francesada: cuando los guerrilleros españoles mataban a algún soldadito del Ejército imperial, para hacer desaparecer su cadáver lo arrojaban a alguna gran cuba, esperando que se macerara con el tintorro. Se ve que esos cuerpos de gabachos en descomposición mejoraban el bouquet de los morapios riojanos de forma notable… ¿A que parece una escena extraída de un film de Wes Craven?

Por suerte, el ambiente reflejado en todos estos textos xenófobos ha cambiado de manera radical. De la Francesada y de sus consecuencias dialécticas, apenas quedan en tierras pirenaicas sino jalones topográficos como la Peña Gabacha de la Partacua o la Fuente de los Gabachos de La Munia. Acaso, únicamente nos reste como última venganza contra los descendientes de Napoleón la llamada Ley del Gabacho… Me explicaron su funcionamiento, de forma oficiosa, en el bar de un pueblo del Pirineo central: se trataba del plus aplicado a los franceses para que, gracias a él, bebieran gratis las bellezas locales que todavía andaban sin novio… ¿Me tomaron el pelo? Quien conozca mi careto de pardillo así lo puede creer. Personalmente, me temo que era cierto, pues sospecho que, en el otro lado de la cadena, nos destinan a nosotros tasas similares: en este caso, hablaríamos del impuesto por ser espingoin o spanguin, que son los motes que nos adjudican allende los Pirineos… ¡Más de una vez he salido de algún garito entre Hendaia y Banyuls convencido de que me acababan de clavar por ser de un espagñolo feo, bajito y renegruzco! Nada hay nuevo bajo el sol.

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Por Alberto Martínez

Alberto Martínez Embid practica el montañismo desde que era un crío. Últimamente llama la atención su faceta divulgadora, que se podría glosar como firmante de veinticinco libros y participante en veinticuatro colectivos, sin olvidarse de sus más de mil setecientos artículos. Casi todos, de temática pirenaica. Aunque se ha hecho acreedor de tres galardones de narrativa, seis de investigación histórica y siete de periodismo, se muestra especialmente orgulloso del Premio Desnivel de Literatura de Montaña de 2005.

16 respuestas a «La Ley del Gabacho»

¿Dije ya que las posibilidades de incrementar esta entrada son infinitas? Venga, que os dejo otro parrafillo curioso que encontré el otro día. Lo firmaba un tal Sutter-Laumann desde “Au val d’Andorre” (1888):
“-¡Es un gavach!
“Es así como se hubieran expresado a mi paso si, haciendo caso a mi impaciencia, hubiese partido. Siendo un “gavach”, es decir, un extranjero, término peyorativo que denota a “un ser inferior”, no hubiera podido ir muy lejos”.

Me encanta esta entrada. Confieso que la he leído en varias ocasiones. Como riojano me sorprendió encontrar lo del “vino con francés” ya que es una leyenda que poca gente conoce.

Por petición del autor, pongo mi historia gabacha: ¿Se puede perder una llave en un tresmil del Pirineo y que aparezca? Se puede. Disculpas de antemano, ya que es muy laaarga:

En agosto estuvimos en Néouvielle. Allí ascendimos al Pic d’Estaragne, Campbieil y Lentilla. De vuelta a casa comprobé con desesperación que la llave de reserva del coche que yo llevaba no estaba en el bolsillo en el que la puse. Menuda faena, perderle a un amigo una llave “inteligente”, que cuesta una pasta. Con ninguna fe decidimos esperar por si aparecía, cosa harto improbable. Tres semanas después tiré la toalla, y le dije a mi amigo que teníamos que hacer la copia. Justamente ese mismo día me llama por la tarde y me cuenta que a un familiar lejano con el que había coincidido en un evento, y que casualmente había estado en Campbieil una semana después de nosotros, le habían ofrecido una llave como la nuestra. Al parecer un chicos habían hallado la llave en Lentilla e iban preguntado por el dueño. A partir de ahí toda una odisea: al familiar le habían comentado que en caso de que no apareciese el dueño de la llave la iban a dejar en “el bar”. Supusimos que se trataba de Le Garlitz, en Cap de Long. Tras búsqueda intensa, localizamos el teléfono, un móvil. Llamamos dos veces y no nos cogieron. Probamos con un mensaje, y en breve nos respondieron que las llaves estaban en el CRS Secours en Montagne de St-Lary. Tras varios intentos, el puesto cierra en semanas alternas, hablamos con St-Lary. Nos confirman que tienen la llave y tras darles mis datos nos dicen que nos la mandan. Transcurrió un mes y la misma no llegó. Por eso decidimos llamar de nuevo a St-Lary a ver que sabían de ella. Nada, no sabía nada. Como es lógico no tenían ni idea del tema ya que era otro equipo distinto al que nos atendió en primera instancia. Tras darles un poco de guerra, consiguieron localizar la llave: estaba a la espera de ser enviada, en la sede de los CRS 29 Section Montagne, en Lannemezan. Esta vez sí, a los 4 días (dos meses después de perdida) me llegó a casa. Fin de la historia. Por una vez: ¡vaya suerte la mía!
Por supuesto millones de gracias a los montañeros que la encontraron, a Le Garlitz, a los CRS, que aunque se olvidaron de ella durante un mes, finalmente cumplieron y nos trataron de cine y por último a la République Française por pagar los 7,40€ que costaba el envío.

Un saludo.

La verdad es que las posibilidades de incrementar esta página resultan casi infinitas. Estos días andaba buceando por una obra de Benito Pérez Galdós: su “Gerona” de 1874. Vale que se trata de una ficción histórica, pero así y todo llamó mi atención cierto párrafo bastante significativo de unos hechos situados en 1810, en pleno avance de las tropas napoleónicas:
“[…] Los cerdos (en Cataluña, durante la invasión, llamaban a los franceses porchs) dominan toda la Segarra, pero los somatenes les hacen perder mucha gente, y para abastecerse pasan la pena negra”.
Al parecer, no siempre el término “gavatxo” gozó del favor popular…

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