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En tierra de lobos

¿Una heroína que luce galones de teniente de la Guardia de Fronteras y que se llama Chichi? ¿Una ciudad de Jaca a punto de ser tragada por los hielos de una quinta glaciación? ¿Un Parque Internacional de los Pirineos con lobos siberianos, ecoterroristas y maníacos sexuales? Pues sí: tal es la trama de una novela ambientada en el año 2027 que con el título de En tierra de lobos acaba de editar Desnivel. Y semejante cúmulo de profecías desatadas parece que requiere alguna breve explicación por parte de su autor…

Ciertamente, nos encontramos ante una reconstrucción un tanto arriesgada sobre cómo podría discurrir el futuro de aquí al año 2027, con el cambio climático como telón de fondo. Desde luego, el modelo elegido tiene tantas probabilidades de resultar veraz como cualquier otro. Pero la propuesta de En tierra de lobos no pretende sentar cátedra sobre nada: tan solo servir como marco a las aventuras de un equipo de filmación y de unos guardias que salen a un ambiente hostil, casi ártico, para investigar varios misterios. Porque nuestros protagonistas van a tener que resolver lo que ha pasado con un tren con cisternas de agua que no llega, con un forestal del que tampoco se sabe nada y con una serie de especies salvajes que parece haberse volatilizado del Pirineo. Desde luego que va a correr la sangre…

Pero volvamos con los aires de Nostradamus de baratillo que se gasta el autor de esta novela de acción futurista… Tratar de predecir seriamente el futuro, ¡a veinte años visto!, puede parecer, como poco, mesiánico y pretencioso. Nadie tiene la menor certeza de cómo será la evolución del clima durante ese intervalo: hasta ahora, los profetas catastrofistas solían terminar en las secciones de humor de los semanarios históricos. Por ejemplo, quienes más alarmistas se mostraron durante la pasada Guerra Fría, quienes clamaron por una coexistencia de nuestra humanidad con razas de mutantes radiactivas, quienes propugnaron la construcción en masa de refugios a prueba de bombas nucleares desde Ohio hasta Suiza…, contrastan fuertemente con esos otros apóstoles del desarme que, tras dar la voz de alarma sobre el peligro atómico, trabajaron para que disminuyese progresivamente la tensión prebélica de los años cincuenta del siglo pasado. Entre medio quedaron los novelistas que se sirvieron de la situación mundial para ambientar sus tramas; los más, sin salir del plano del entretenimiento-divulgación.

¿Quiero decir con esto que creo que el peligro del cambio climático no existe o que es una exageración? En absoluto. Sinceramente pienso que hay que extraer algunas lecciones preventivas de la historia y trabajar rápido para que los riesgos apuntados como posibles causas de una catástrofe climática se vean atenuados progresivamente y, esperémoslo así, eliminados… Parece una medida de prudencia elemental. Pero, entre las observaciones de En tierra de lobos lo que predominan no son las opiniones de su autor, sino las de los hombres de Ciencia. Durante varios años, el padre literario de esta criaturita, que no es ni mucho menos un tipo ducho en climatología, se ha dedicado a coleccionar toda una pila de recortes de prensa referentes al recalentamiento global y demás fenómenos medioambientales. Así, la terminología empleada en la novela, las siglas, los nombres de científicos o universidades, las teorías y largo etcétera son absolutamente reales. Al menos, en lo que atañe a su cronología hasta el año 2007: a partir de ésta, la fecha de cierre del manuscrito, se ha de navegar entre conjeturas basadas en teorías ya existentes… ¡Otra cosa será que luego se cumplan o no!

Por si las moscas, durante las Navidades pasadas, la novela se paseó por los ordenadores de un par de expertos que sí realizan un seguimiento de los temas ecológicos y ambientales de cerca, para que planteasen alegaciones… Como era de esperar, les llamó poderosamente la atención el hecho de que, aunque buena parte de las teorías sobre el cambio climático en España apuntan hacia la desertización del territorio, se hubiera preferido adoptar otras tesis, minoritarias pero no desdeñables, que señalan que marchamos hacia una quinta glaciación… Al menos la NASA así lo afirma. En cualquier caso, estos amables asesores no dejaron de mostrarse de acuerdo sobre un punto: nadie sabe realmente qué modelo será el que nos espera, allí mismo, a la vuelta de la esquina. Y como el cambio climático es un hecho que nadie refuta, parece tonto entretenerse discutiendo sobre sus causas y no actuar en lo que a los humanos se refiere.

¿Hablamos de otros temas futuristas? Por ejemplo, sobre esa ficticia Guardia de Fronteras que tanto juego da en esta trama: en países como Suiza o Israel, dicha institución es la elite de sus fuerzas de la policía. Hace tiempo que se oyen rumores de que la Unión Europea quiere formar una propia, multinacional…, una idea que he utilizado en beneficio propio. Porque, tal y como era mi plan original, me corté de hacer ingresar a Chichi directamente en la Guardia Civil…

Otro detallito curioso que puede llamar la atención de los lectores: la aventura arranca desde los asientos de un convertiplano. Así, aprovecharé para comentar que la mención a los convertiplanos puede resultar hoy tan raro como en 1940 lo fuera hacerlo con los helicópteros, unos aparatos que existían desde los años treinta y que ya eran operativos durante la Segunda Guerra Mundial aunque pocos los hubieran visto. En fin: los convertiplanos vuelan desde los años cincuenta y pronto serán más conocidos, pues el Gobierno Español ha encargado un lote del modelo Osprey para un futuro portaaeronaves. En resumen: dicho aparatejo daba a la novela un toque futurista razonable y moderado… En cuanto a las pistas de aterrizaje de rejilla metálica para apontajes, las locomotoras de turbina de gas, las comunicaciones por VLF, la fabricación de hielo verde en el Atlántico y largo etcétera: todo ello existe ya, en grado operativo o de desarrollo. En ciertos temas técnicos, creo que es mejor retener un poco a la imaginación y tratar de servir datos reales. Lo que se llama manejarse entre las hipótesis de un futuro cercano.

Pero pasemos a temas de índole meramente novelística… Para empezar, he de confesar que la mayoría de los personajes que utilizo en mis novelas de ficción existen en la vida real. O, al menos, son el resultado de mezclar a varias personas que conozco y con quienes mantengo trato frecuente, lo que me permite estudiarlos con discreción. Ya lo hice en el Monstruo de Artouste y ahora repito esta técnica gorrona: es un sistema como otro cualquiera para ayudarme a dar coherencia a cada uno de los participantes de la trama. Por suerte, conozco a muchísima gente pintoresca de la que echar mano…

A despecho de la existencia de un narrador, la protagonista real de En tierra de lobos es la teniente Chichi Solsona… Hace años, conocí a una Chichi barcelonesa real en el valle de Benasque: una chica atractiva y de armas tomar en la que, he de reconocer, me he inspirado un tanto. No sé: tal vez me enamoré un poco de su desenvoltura, de su falta absoluta de prejuicios, de su madurez, ¡y de que era todo un bellezón! Aquella chica era tremenda, en todos los terrenos. Desde luego, el mote con el que se presentaba ya constituía una excelente tarjeta con la que dejar turbadas a las nuevas amistades; máxime, fuera de Catalunya… En este terreno escabroso, cierto amigo de L’Hospitalet de Llobregat me confirmó que, en su tierra, el uso del sustantivo chichi, con el mismo significado procaz que en el resto de la Península, es un uso importado; existen otros términos locales para describir esa región de la geografía femenina que mejor no voy a reproducir por aquí, para no cargar más las tintas y evitar que derivemos hacia una página porno… A cambio, me limitaré a recordar la popularidad de ese jugador de baloncesto llamado Joan Chichi Creus.

Podría hablar largo y tendido del protagonista masculino, pues tengo gran amistad con excelentes fotógrafos de naturaleza-montañeros: la compota de anécdotas que he recogido de tales fuentes me ha ayudado mucho a construir el personaje que ejerce el oficio de narrador… En cuanto a la profesión de este Dani Requeno, guionista de un programa televisivo de naturaleza, me forzó a recurrir a los buenos oficios de otro amigo, siquiatra y asesor de Tele-5 en varias series médicas, quien me ha ayudado a recrear tanto el mundo de la filmaciones…, como en el del uso de drogas en ambientes de combate. Sí, sí: aquí se sirven varias ensaladas de tiros, al estilo del Okey Corral

Y más temas delicados todavía: ¿una trama futurista que se sitúa a caballo entre Jaca y Los Arañones, no es buscar que le pinchen a uno las cuatro ruedas del coche? Vayamos primero con la justificación, porque la hay… La verdad es que conozco aceptablemente el valle de Canfranc, puesto que paso en Jaca bastantes días del año: la existencia de la histórica estación de esquí de Candanchú, así como los trazados de un milenario Camino de Santiago y de un Ferrocarril Internacional…, eran recursos demasiado valiosos como para dejarlos pasar de largo en una novela. Constituían decorados casi perfectos, que me apresuro a recomendar a cualquier guionista. De cualquier forma, hace tiempo que avancé el argumento a varios conocidos jacetanos, quienes no me dedicaron sino palabras de ánimo… Y eso, a pesar de que, en la ficción, me cebaba con su hermosa ciudad, devastándola a través de la arribada de un invierno nuclear. Pero el sentido del humor y socarronería del que hacen gala los hijos de Pirene resulta notable: por este flanco, me siento tranquilo.

Resumiendo un poco: el objetivo prioritario de En tierra de lobos (Desnivel, 2008) no es otro que brindar entretenimiento a paladas. Acaso, en la literatura de montaña abunden las biografías, las guías y las monografías; tal vez, constituyan una minoría esos relatos de ficción que no pretenden sino que el lector se enganche con su argumento y que sea incapaz de dejar el libro hasta agotar su última página. Con los tiempos tan turbios que corren, ofrecer un poco de evasión de los problemas reales, no creo que sea una minucia… Y si, por añadidura, se cuelan por el texto algunas pinceladas verídicas sobre el cambio climático, la reinserción de depredadores o las leyendas más desgarradoras de la Ruta Jacobea, cualquier autor de novelas puede sentirse más que satisfecho.

Ah, sí, se me olvidaba: el malo de En tierra de lobos no es el mayordomo.

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Por Alberto Martínez

Alberto Martínez Embid practica el montañismo desde que era un crío. Últimamente llama la atención su faceta divulgadora, que se podría glosar como firmante de veinticinco libros y participante en veinticuatro colectivos, sin olvidarse de sus más de mil setecientos artículos. Casi todos, de temática pirenaica. Aunque se ha hecho acreedor de tres galardones de narrativa, seis de investigación histórica y siete de periodismo, se muestra especialmente orgulloso del Premio Desnivel de Literatura de Montaña de 2005.

Una respuesta a «En tierra de lobos»

Nuestra querida “Tierra de lobos” (Desnivel, 2008) sigue dando qué hablar. Por aquí os dejo una reseña moderna para quien sienta curiosidad:

ARTEAGA, Lucía, “Cambio climático de ¿ficción? Jaca es un territorio hostil, a 40º bajo cero, en el que las manadas de lobos establecen la ley”, en: El Mundo de los Pirineos, 91, enero-febrero de 2013.

Por cierto: ¡vaya dibujo majo el utilizado para ambientar este texto! (ver página 110).

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