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Las aguas preñadoras

 

En efecto: existe realmente un lugar, al norte del cordal pirenaico, que presume de disponer de unas fuentes con tan inusuales virtudes. O, para ser más exactos, de poseer ciertas aygues emprenhadères: se trata del balneario bearnés de Les-Eaux-Chaudes; Ets Aygues Caudes para los locales. ¡Y se halla a media hora escasa de la frontera española del Portalet! ¡A un tiro de piedra de Formigal! Una localidad con surtidores tan exóticos merece que todos la conozcamos mejor…

Acaso, quien levantara la liebre a nivel planetario sobre los prodigios de estos manantiales del Béarn, fuese el escritor Heinrich Mann. Así, desde su novela sobre La juventud del rey Enrique IV (1946), el germano aireó a los cuatro vientos las bondades de las fontanas de esta comarca francesa: en Les-Eaux-Chaudes, la mujer que se bañara en aquellas aguas estaba enteramente segura de que tendría un parto feliz. Seguido, el escritor de Lübeck reconocería que, a finales del siglo XVI, así lo hizo una tal Françoise Fosseuse de Montmorency acompañada de su célebre amante, Henri de Navarre…, ¡mientras que la mujer legítima de este último, Marguerite Margot de Valois, trataba de conjurar su esterilidad en otros chorros de Bagnères-de-Bigorre! Desde esta ficción histórica, Mann narraba unos hechos del todo auténticos: bien puede afirmarse que las termas de Les-Eaux-Chaudes comenzaron a verse reputadas, fuera del alto valle de Ossau, a resultas de la visita que realizara en 1581 el futuro rey Henri IV y su, digamos, sobrinita. Ya se sabe, ese monarca Borbón que terminó repantigado sobre el trono galo tras descubrir que París bien valía una misa.

Desde entonces, todos los estudiosos de la mitología pirenaica han abordado estos asuntos pseudoginecológicos, aunque sin lograr que arribasen hasta el gran público. Sirva como ejemplo la prestigiosa Guide des Pyrénées mystérieuses (1978), donde Bernard Duhourcau divulgaba las maravillas de esas fuentes que describió como empregnadères et fécondatrices, atributos que prefiero expresar aquí en francés para que nadie me suponga un malintencionado traductor de la escuela de Miki Nadal. La verdad: no comprendo cómo los mitos grecorromanos disponen de tantos adeptos, ¡con lo interesantes que resultan los pirenaicos!

Sin embargo, los chorros milagrosos de Les-Eaux-Chaudes no eran, ni con mucho, los más célebres de entre todas esas fontaines de l’amour que tanto sirvieron para animar el turismo pirenaico en la vertiente norte de la cadena desde, al menos, el período renacentista. Vamos, ¡que ni el despiporre actual en la Cuba de Dinio…! Rebuscando por diversos rincones del Pirineo con fama de poseer sus propias aguas preñadoras, podríamos mencionar otro centro en favor de la procreación femenina no demasiado alejado del osalés: Cauterets. Con sede en sus frecuentadas termas, actuaba cierta cofradía denominada ets Fretayrés o los Frotadores, que también hizo mucho por aquellas damas que ansiaban soluciones drásticas para sus problemas de procreación. Un tema complejo que casi requiere texto aparte; quizás, para más adelante…

Regresemos, pues, a los manantiales milagroso-fertilizantes del Pirineo. Esos lugares que facilitaban un don importante en los tiempos en que una mujer podía ser legalmente repudiada si no proporcionaba descendientes a su esposo: ya se sabe, la aplicación más estricta del creced y multiplicaos como fin primordial de un matrimonio… En cualquier caso, algunas de estas fontanas terminarían viéndose acreedoras de una serie de leyendas que, con la perspectiva del ojo moderno, resultan extremadamente originales. He aquí mi trío de favoritas…

Comenzaremos en el recóndito Ariège, donde se disponía de la Gourgo Regino: un surgimiento situado en la cueva de Mas d’Azil donde acudían las chicas para llenar un tarrito con el que irrigar su lecho nupcial. Al parecer, con las aguas recogidas en esta Oquedad de la Reina, cualquier fémina quedaba embarazada la primera vez que consumaba su matrimonio. Una leyenda que se completaba perfectamente con la del ahogamiento de cierta princesa visigoda que hasta allí fue con vistas a obtener la garantía de éxito para su noche de bodas… Un cuento con sexo y sangre en partes iguales: ¡triunfo asegurado entre el público ávido de emociones!

Otra tradición más: el balneario Saint-Sauveur, en las cercanías de Luz, disfrutaba de análogas propiedades merced a las aguas de su Hount-Alade o Hountade. Aquí, las historias resultan tan variadas como la imaginación de cada narrador. Hay quien dice que los fenómenos fertilizadores se iniciaron a partir de la visita de una jovencita que acudió para llenar su cántaro y que vio surgir de entre sus aguas a una especie de hada voladora: desde aquel encuentro, la moza comenzó a quedar embarazada de forma tan sucesiva como misteriosa… ¡Hasta diecisiete veces! En otros casos, las creencias nos informarán de que la protagonista de estos hechos inexplicables fue una pastorcilla que dio a luz a dos gemelos: por lo que la interesada juró, aquello se produjo sin haber conocido varón. Malévolas interpretaciones aparte de los incrédulos de siempre, la reputación de la Hount-Alade se vería acrecentada a partir de 1855: los locales cuentan que, en dicha añada, la mismísima emperatriz María Eugenia de Montijo siguió una especie de tratamiento ginecológico exitoso en Saint-Sauveur, a resultas del cual le proporcionó un heredero a su esposo, Napoleón III, poco después…

Y vaya un tercer ejemplo de nuestras sorprendentes aygues emprenhadères… En la población de Lau-Balagnas, situada asimismo en el risueño Lavedan, el manantial de la Houn des Couloums ofrecía a las mujeres dos obsequios maravillosos, según fuese su estado civil: el de proporcionar un marido fogoso a las jóvenes solteras y el de ayudar a quedar rápidamente encintas a las casadas. ¡Un auténtico servicio de dos-por-el-precio-de-uno!

Pero no se piense que la fama de estas fuentes milagreras provocaba grandes desplazamientos de féminas a lo largo y ancho de la cordillera: cada comarca disponía de sus propias aguas preñadoras, para mayor comodidad de sus posibles usuarias. Así, un listado resumido de las más cañeras podría ser el siguiente: la Hount d’en Tarines del Perthus (Rosellón), la Hount de Nouillan de Montoussé (Bigorre), la Hount de la Carrère de Vidou (Astarac), el surgimiento de la gruta de la Sainte-Poupette de Madiran (Béarn), el manantial de Saint-Léon de Bayonne (Pyrénées-Atlantiques)… ¡Fertilidad, tan efectiva como gratuita, para toda su clientela! Con una sola pega: por lo general, se creía que estas virtudes milagrosas se activaban únicamente durante esa noche mágica de San Juan, en la que todo podía acontecer…

¿Y en el cristianísimo Pirineo hispano? ¿Las fontanas hacían gala de estas propiedades tan requeridas por las vecinas francesas? Aunque la tradición procreadora de nuestros manantiales no estuvo tan arraigada, también se daría algún caso que otro. Al menos, eso es lo que puede deducirse de leer la obra de Ricardo Mur, Pirineos, montañas profundas (2002). Este culto sacerdote nos cuenta que las aguas de las fuentes, en número de siete, adquieren poderes especiales: […] en el valle de Tena, el agua de las siete fuentes trae beneficios para personas y animales, pues además de beber y lavarse en ellas, se rocían casas y cuadras. En Panticosa, además, era remedio infalible para las mujeres estériles. Bueno, bueno, bueno: al parecer, las aguas preñadoras asimismo corrían juguetonas y espumeantes por estos territorios… En fin: para descubrir nuevos casos fecundadores en nuestra propia lengua, nada mejor que recurrir a la encantadora Mitología del Balaitús (2005) recopilada por Marta Iturralde.

Algunos estudiosos de la etnología, que no de la medicina, se han preocupado con frecuencia por estos fenómenos poco comunes que ofrece la cadena pirenaica a locales y foráneas. Olivier de Marliave los trataría de aclarar desde su Trésor de la mythologie pyrénéenne (1996): La relación entre el agua y la fecundidad puede explicarse por el hecho de que el agua, en su recorrido subterráneo, atraviesa el dominio de los muertos según la mitología popular. Éstos pasarían a los humanos por la fuente, y se reencarnarían a través de la mujer que bebiese en ella. Una creencia que se remontaría hasta esa época, por lo menos prehistórica, en que los humanos todavía no habían descubierto la relación entre sexualidad y procreación. Con un tono muy diferente, René Descazeaux optó desde sus Itinéraires mystérieux et magiques des espaces pyrénéens (1998) por una elucidación tan escéptica como picaresca para este enigma que nos ocupa de los surtidores prodigiosos: Las verificaciones, de haber tenido lugar de inmediato, ¡hubiesen reputado la valía de los bearneses de las montañas, cuya fama conoció un magnífico esplendor!. Aunque mejor no entrar en interpretaciones escatológicas sobre lo que este conocido investigador de Salies-en-Béarn nos estaba insinuando…

Con estos datos obtenidos desde el legendario pirenaico, espero haber resultado de alguna utilidad. Sin embargo, lamento mi fracaso por precisar cuál de las siete fuentes que se censan en Les-Eaux-Chaudes es a la que se le atribuye las propiedades mágicas de empregnadères/fécondatrices. Cada vez que he planteado tal cuestión a un osalés, la respuesta ha sido un encogimiento de hombros con expresión entre burlona y desconfiada… ¿Será un secreto que los nativos tratan de preservar a toda costa, para evitar esas avalanchas de descocadas que hoy asaltan las playas de la República de Santo Domingo? Imposible facilitar su ubicación exacta para prevenir a esas féminas incautas que, de turismo por el aludido balneario, revolotean alegremente entre las fontanas de Baudot, de Clot, de EsquiretteChaude, de EsquiretteTemperée, de Laresec, de Minvielle y de Rey, sin pensar en la maternidad inminente que pende sobre ellas… Un consejo, si no se desea encargar prole en ese preciso momento: desconfiad de todos los caños de podáis hallar en vuestros paseos. ¡Las aguas preñadoras del Pirineo no se andan con chiquitas!

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Por Alberto Martínez

Alberto Martínez Embid practica el montañismo desde que era un crío. Últimamente llama la atención su faceta divulgadora, que se podría glosar como firmante de veinticinco libros y participante en veinticuatro colectivos, sin olvidarse de sus más de mil setecientos artículos. Casi todos, de temática pirenaica. Aunque se ha hecho acreedor de tres galardones de narrativa, seis de investigación histórica y siete de periodismo, se muestra especialmente orgulloso del Premio Desnivel de Literatura de Montaña de 2005.

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