Aborrecería que pareciese que estoy tildando a unos colegas de herejes: si creo que hay algo que merezca la pena defender, es la libertad de expresión. Dicho esto, pasaré a iniciar el denominado Año de Russell de la forma menos ortodoxa posible: repescando textos bestias sobre el Señor del Vignemale. La mayoría, con denominación de origen made in Spain, se entiende. Producirán un curioso contraste con el resto de trabajos que vamos a poder leer estos días, cuando se conmemora la muerte de Henry Russell en Biarritz, un 5 de febrero de 1909.
Vamos ya con el ejemplo inaugural. Aunque la obra esté traducida al español, fue redactada por un anglosajón bastante pintoresco: Nicolas Crane, artífice de Un sendero entre las nubes (1999). Así se valoraba entre sus páginas al principal promotor de la conquista pirenaica: “Russell se enamoró del Vignemale, el pico más elevado de los Pirineos franceses, envuelto en el glaciar más elegante de la cadena montañosa. Su pasión por este coloso vestido de blanco le condujo a escalar su cumbre treinta y tres veces, la última a los setenta años. Sin embargo no se trataba de una relación típica entre alpinista y pico conquistado […]. Excavó grutas en diversos puntos más de la montaña. Un artículo del Alpine Journal, nada proclive a las insinuaciones sexuales, sugería que había algo de desesperación en esas penetraciones, en esos actos decididos de amor”. ¡Cataplaf!: el primer empentón, de corte freudiano…
En casa también disponemos de nuestro lote de iconoclastas. Si no, ¿cómo catalogar la segunda muestra? Porque es tiempo de emprender, junto a Román Piña, el Viaje por las Ramas (2004): “Ya teníamos noticias de un montañero inglés que tuvo con una cumbre de los Pirineos, el Vignemale, un auténtico encoñamiento. Se pasaba allí las tardes como un vicioso del póker o un adicto al bingo”. ¡Uf!, vaya imagen…
¿Y el tercer caso de estas, digamos, heterodoxias russellianas? Para la ocasión, el nuevo retazo nos llegará desde tierras aragonesas por cuenta de Sagrario Ramírez, autora de los Relatos de pasos perdidos (2007): “[…] al Balaitús, el Cervino de los Pirineos, como lo llamaba el cursi del conde Russell”. Bueno; tampoco es algo tan grave, ¿no?
En Francia, patria chica de Henry Russell, tienen noticia de alguno de estos textos poco favorecedores con su ídolo. ¡De vez en cuando, abren un ojo para ver lo que se cuece por nuestros fogones! Aunque, si somos justos, hay que reconocer que ellos tampoco deberían clamar en voz alta contra nosotros, les barbares espagnolos, pues disponen de un caso curioso de irreverencia entre sus compatriotas: Didier Lacaze, antiguo guarda del refugio de Bayssellance y autor de un par de recopilatorios sobre Russell o el Vignemale donde se ponía a caldo al pirineísta…, de modo bastante injusto, a mi entender. Por lo que sé, ¡más de uno juró públicamente que jamás compraría su siguiente libro! Porque…, ¡efectivamente!: Lacaze estaba preparando una semblanza sobre Russell-Killough de la que nadie, por el momento, tiene la menor noticia. Hubiera sido interesante echarle un vistazo al trabajo del biógrafo russellfóbico.
En tierras hispanas, Henry Russell dispone de su propia corte de partidarios: no demasiado numerosa, es cierto, pero con apellidos que resuenan en nuestro mundillo. Y muy fieles. A estas alturas, es posible que alguno esté contratando asesinos a sueldo para enviarlos a casa de Crane, de Piña, de Ramírez, de Lacaze…, ¡e incluso a la mía, si andan bien de presupuesto! Sin pretender desviar el puñal que me hayan destinado, romperé una lanza en favor del coleccionista de cimas pirenaicas, motu proprio. Más que nada, para que quienes desconozcan la obra russelliana, no se formen una idea equivocada. Sinceramente, creo que el Señor del Vignemale fue un gran tipo y que los escritores antes citados no atinaron mucho en sus juicios. Siempre respetables, claro.
Un rápido resumen de los haberes del personaje a quien el grueso del pirineísmo quiere dedicar 2009, puede brindar un balance más que digno de admiración: este aristócrata de origen irlandés, desde su base en Pau, conquistó una treintena de montañas pirenaicas amén de abrir rutas nuevas en otras cimas ya visitadas por sus antecesores. No contento con unas actividades exploratorias extenuantes que llevó a cabo entre 1858 y 1906, consagraría su vida a la difusión de las bellezas del Pirineo, para publicar más de ochenta libros de todo pelaje e innumerables artículos; un bagaje literario que no deja de revelar un espíritu amable, sensible y poético. Hay más: excavó cuevas-refugio abiertas para todo el mundo en el Vignemale, la Brecha de Rolando y el Monte Perdido; inventó las ascensiones invernales y el saco de dormir; fundó la primera asociación montañera de Francia… ¡Por no hablar de sus aventuras por Siberia, que sirvieron como inspiración al mismísimo Julio Verne! Todas estas empresas, tan duras como memorables, las acometió por amor, por puro apasionamiento hacia unas montañas que lo fascinaron desde el primer momento. Pero, ¡qué caramba! ¡Si me está saliendo una hagiografía! Parece como si estuviese describiendo la vida y milagros de San Cucufate Bueno y Mártir… Nada, nada: a pesar de que ya se me ha visto el plumero y de que todo el mundo ha podido reconocer en mí a un russelliano camuflado, todavía puedo regresar al sendero de la heterodoxia.
Tengo el honor de conocer a la sobrina-nieta de Henry Russell, Monique Dollin du Fresnel, toda una dama en la que destaca su carácter jovial: ella misma me ha confirmado en diversas ocasiones que el sentido del humor es una marca de su familia en general, y de quien fuera Señor del Vignemale en particular… Así, estoy seguro de que, por ese costado, nadie va a molestarse si repesco algunas pinceladas curiosas del pirineísta que no suelen airearse. He aquí mis favoritas, para que ayuden a los no iniciados a formarse una idea sobre cómo pudo ser nuestro querido Henry Russell…
Comenzaré con cierta cuestión que a la propia Monique sorprendió sobremanera, pero que en modo alguno incomodó: ¿su tío-abuelo fue homosexual? El caso es que ciertos comentarios al respecto comenzaron a deslizarse desde foros hispanos hace unos años. Este affaire gay, desde luego, hoy a nadie escandalizaría: acaso, puede que sirviese para dotar de cierta aureola e incluso promocionar al personaje. A mí, personalmente, lo mismo me daba un Russell hetero que otro que no. De cualquier manera, aunque en estos terrenos tan personales nunca se sabe, existen sobradas evidencias de que a nuestro protagonista, soltero contumaz, le gustaban mucho las chicas ágiles y danzarinas; sin embargo, los Pirineos tocaron su corazón bastante más. Y permanecería hasta su muerte, como dicen en Francia, en plan célibataire chevroné.
Sigamos en estos temas de corte sexual, que siempre aportan picante a un artículo. Los engarzaré con la proclamación de mi texto russelliano predilecto, que no es de corte pirenaico sino todo lo contrario: Seize mille lieues à travers l’Asie et l’Océanie (1864), donde narra su periplo hasta Nueva Zelanda. Pues bien, si se bucea entre estas páginas, pueden hallarse jugosos comentarios donde se aprecia su interés por las muchachas exóticas…, siempre desde el lado más moral, desde luego. Así, en el Gobi quedó fascinado por la entereza y alegría de las jóvenes mogolas…, ¡aunque lamentara su promiscuidad! En Australia, pudo admirar los cuerpos desnudos de las jóvenes aborígenes…, justo una décima de segundo antes de volver pudorosamente la mirada en otra dirección. Y, en la India, creyó que no era demasiado apropiado que las féminas salieran a la calle en top-less para combatir el calor… He aquí ejemplos perfectos sobre cómo puede fusionarse un alma religiosa con un espíritu observador.
Voy a permanecer un poco más en la faceta globetrotter de Russell. Porque pocos detalles biográficos suyos me parecen tan interesantes como la constatación de lo bien que supo buscarse la vida durante su periplo a través de medio mundo; casi siempre, justo de dinero. Hoy en día, se le hubiera comparado con una especie de hippie más que con un niño de papá… Pasó penurias de todo tipo, trabajó en lo que le fue saliendo, rastreó las ofertas de transporte cutres: no; el suyo nunca fue un viaje en primera clase… Y se mostró valiente como pocos: ¿qué percibe a lo lejos al Kangchenjunga? Nada: a acercarse hasta él, para ver si puede subirse en estilo alpino… ¿Qué aquella región está infestada de bandidos…? No importa: hay que visitarla en una carreta de bueyes, dado que sus montañas tienen fama de edén.
Aquí, nuevo salto temático: ¿Russell llevó armas de fuego durante sus viajes? Parece que, para atravesar Siberia, China, Nueva Zelanda o la India, en absoluto. Sólo se procuró un revólver a resultas de cierto asalto en Chistau, cuando reconocía el Cotiella. No fue éste su primer tropiezo en la entonces peligrosa cordillera pirenaica: sus roces con la ley se saldarían con una detención en Couflens acusado erróneamente de bandidaje-vagabundeo, otra en Arrens por no llevar pasaporte, y otra en el Balneario de Panticosa, sospechoso de carlista… ¿Y su revólver, lo tuvo que utilizar entre nosotros? Ciertamente, sí: al menos lo mostró en los ibones de Anayet a unos pastores que se le acercaron con aire de salteadores. Además, disparó al aire para ahuyentar a un oso que se le aproximó en Estanés, cuando vivaqueaba dentro de su saco de dormir hecho con pieles de cordero.
Otro detalle que a mí personalmente me encanta: sus atuendos apenas hubieran podido contrariar más a los dandys de la época. Contagiado por las modas orientales, trasladó hasta Pau su gusto por vestir trajes en colores chillones inverosímiles: en tonos verdes de lo más estridente o con ajedrezados imposibles. Todo ello, combinado con corbatas en rojos furiosos o azules fosforescentes que incluso horrorizaban a sus propios sobrinos. Desde luego, entre la alta talla y su vestimenta, llamaba siempre la atención por donde pasaba. ¿Acaso fue un adelantado del movimiento hippie o del flower–power?
Para rematar este escorzo inusual, un chiste verde suyo poco difundido… Cuando su amigo Brulle le dijo que acababa de escalar cierto monolito entre el Taillón y el pico Bazillac, Russell exclamó con jolgorio y aire malicioso: “¡Ha puesto el Dedo en la Falsa Brecha!”. Pero, mejor, evito explicar este chascarrillo, no sea que los asesinos a sueldo de los que he hablado antes reciban orden de encarnizarse conmigo…
A cambio, surtiré de una última recomendación: leed a Henry Russell durante, al menos, esta añada que aquí arranca. De no tener muy claro el texto que pillar, ya sea en la biblioteca, en casa del amiguete o en la librería, propongo decantarse por Vignemale, el Señor del Pirineo (2005), que por algo es de esta misma Casa.
Ah, sí; casi se me olvida: hoy es 13 de febrero… ¡Pues feliz cumpleaños, tío Russell!
5 respuestas a «Heterodoxias russellianas»
Si algún russelliano acérrimo quiere bufar a base de bien (o troncharse de risa, que nunca se sabe), que busque entre las páginas 263 y 296 del libro de Pep Coll sobre “Los valles donde se pone el sol” (2002). En su interior, cierto “Comte” francés con evidentes similitudes con nuestro apreciado Henry Russell, vive en una cueva cercana al collado de Coronas mientras manda construir otra para los guías y planea complementar dicho “Chateau” con una tercera para las damas… ¿Recuerda esa historia imaginaria a otra real, muy parecida, que se desarrolló en el Vignemale? En cualquier caso, nuestro “Pseudo-Russell” es un personaje entre malvado y loco que retiene como esclavos a los dos muchachos protagonistas de esta ficción. Por el momento: aquí tenemos al “heterodoxo entre los heterodoxos” del mundillo russelliano…
No me resisto a seguir añadiendo nuevas piezas al puzzle, aunque sean tan a caballo pasado¦ Hoy, profundizaré un poco más en esto de las heterodoxias russellianas. Si se curiosea por la obra de un tal Marcel Bourdil titulada Excelsa. Revue Pyrénéenne en deux actes (1910), se puede hallar un diálogo picante que, según el autor de esta trama de ficción, se desarrollaría entre dos pirineístas que discutían sobre la primera al Balaitús de 1825:
œNoémi: “¡Y bien!, querido, creo que os equivocáis¦ Pues si tenéis la prueba de un botón, yo cuento con el testimonio de un sarrio¦
Zim-Boum, incrédulo: “¿De un sarrio?
Noémi: “Sí, de un sarrio¦ En pocas palabras, éste es el asunto¦ Sobre cierta cornisa que indicaré con mayor precisión en su momento, me encontré esta mañana con un viejo sarrio, todavía muy ligero de patas¦ Como estaba libre entonces, nos detuvimos un momento para charlar y se me ocurrió plantearle algunas dudas sobre el tema que ahora nos ocupa¦ Con mi primera pregunta, este noble cuadrúpedo refrescó sus antiguos recuerdos y, seguido, guiñando su bello ojo de terciopelo y moviendo con un gesto vivo su cuello ligero, señaló con el extremo de su cuerno un punto comprendido bajo su cola, entre sus cuarto trasero derecho y el izquierdo, y dijo sencillamente: ¿Los Geodésicos¦? Ellos pasaron por aquí¦
Ahan, Trépied y Jolicour, juntos: “¡Oh, oh, oh!
Zim-Boum: “Semejante burla, Noémi, es indigna de la Sociedad Excursionista a la que pertenecéis.
Eso es: algún estudioso del pirineísmo ha supuesto que este Noemí tan bromista era una especie de caricatura del propio Henry Russell. Pues ahí queda¦
Desde l’Hospitalet, otro Russelliano confeso.
Alberto, al empezar a leer las heterodoxias, he empezado a notar una urticaria tremenda….Russell ¿cursi?, ¿a dónde hay que enviar los sicarios?. Bueno, bueno, seamos respetuosos.
Por mi parte sólo tendré admiración hacia este tipo que me despertó el interés por la literatura montañera y también para aquellos, com tú, que favoreces a la disfusión de su obra, para los que disfrutamos de la montaña en su faceta más romántica.
Un abrazo.
Alberto, chacho, me gusta leer lo que escribes de los pirineistas, me gusta mucho Russell. Creo que fue un tipo formidable con su visión de la montaña… sus textos son una refercnia para los muchos que amamos los Pirineos, las montañas y la naturaleza.
Viva el Vignemale. Viva Russell.
Un saludo.
Comparto plenamente lo que dices, apoyado en el conocimiento que posees, lo que da más valor a tu alegato. También pasa a veces que las gentes nobles expresan su admiración por lo bueno que hacen los otros y que la que no lo es acude a una supuesta “desmitificación”, que habría que reservar para los casos que lo merezcan, de quien no la requiere por su verdadera calidad. Es el caso de nuestro pirineísta, que escribía como un gran poeta de las grandiosas montañas que queremos y, con ello, nos han enseñado a sentir mejor esos lugares.
Estamos contigo.