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Placas fantasmas del Pirineo

 

Me cuesta creer en fuerzas sobrenaturales o paranormales, que lo mismo me da. Y, sin embargo, cuando repaso ciertos acontecimientos de la crónica pirenaica, me asaltan las dudas. Como, por ejemplo, ante ciertas fantasmagorías de los entornos del Monte Perdido y del Vignemale. Acaso, la próxima vez que suba a estas montañas, incluya en mi mochila una güija de bolsillo o el manual del parapsicólogo perfecto. Más que nada, por probar si esos espíritus que, al parecer, rondan la Brecha de Tucarroya y el Couloir de Gaube, me resultan favorables y se materializan para confiarme sus secretos. ¡Quién sabe si no terminaré protagonizando uno de esos programas de Iker Giménez! Ya me estoy viendo en el plató, ya…

Mientras tanto, voy a repasar el primero de estos casos insólitos que he insinuado: el de la llamada Placa Fantasma de Tucarroya. Una historia espeluznante como pocas, que podría competir con los sucesos de las Caras de Bélmez…, aunque tenga un arranque tan auténtico como romántico. Érase una vez cierto dentista de origen polaco que vivía en Condom y que estaba enamorado del Monte Perdido… Éste sería en buen comienzo para nuestra historia, insisto que del todo real. En efecto, Louis Robach quedó tan prendado de la cúspide del Macizo Calcáreo que la visitó en cuarenta y tres ocasiones: la primera de ellas en 1900 y la última en 1948. Si las cuentas no fallan, se despediría de la cota 3.355 metros a la edad de setenta y siete tacos. Merece la pena entretenerse en el texto de la tarjeta de visita de este personaje tan singular: Louis Robach. Astrónomo, fotógrafo y alpinista; en ocasiones, cirujano dentista (no tiene coche)”. Inmejorable definición de carácter.

Tras la muerte de Robach, sus amigos no tardaron en plantearse la posibilidad de situar algún recuerdo suyo lo más cerca posible del Monte Perdido: ¡los íntimos aseguraban que ni Ramond ni Schrader adoraron tanto a la mayor de las Treserols! Jean Bize, uno de sus habituales, propuso emplazar un busto suyo en un lugar relativamente humanizado: a 2.669 metros y en la Brecha de Tucarroya, donde ya existía el refugio de bóveda doble y su descomunal Virgen de Lourdes… Dicho y hecho: el 12 de agosto de 1962, se adosaba a la pared occidental del collado una gran plancha de bronce de veintiún kilos de peso con la efigie del pirineísta desaparecido y la siguiente inscripción: Louis Robach. 1871-1959. 43 ascensiones al Monte Perdido. En tan emotiva ceremonia, además de Bize, estuvieron presentes un hijo y un nieto del pirineísta, así como un nutrido grupo de montañeros. Porque, tras trasladar el bronce en un mulo hasta la Hourquette de Allanz, desde dicho collado tuvo que ser subido hasta la Brecha en la espalda de los voluntarios.

Sinceramente, he de reconocer que soy poco partidario de sembrar las montañas con evocaciones funerarias de quienes ya no están con nosotros; mucho menos, en lugares demasiado ostentosos o frecuentados… Sin embargo, la verdad es que la placa conmemorativa se emplazó en un lugar magnífico, justo frente a la cara norte del Monte Perdido. Cualquiera hubiese pensado que su acreedor, donde quiera que estuviese, iba a mostrarse feliz ante semejante elección. Pero, pero, pero… A los pocos años, ¡la hasta entonces llamada Placa de Robach desapareció! Así es: sin que nadie supiera cómo, sencillamente voló del collado fronterizo. Sin duda, cosa de las oscuras fuerzas del Más Allá… ¿Acaso había meigas en la Plana del Marboré? Nacía la leyenda de la Placa Fantasma de Tucarroya. Más de uno hubiera pensado que, frente a los séracs del Monte Perdido, se había abierto un portal hacia la cuarta dimensión.

¿Qué hicieron los familiares y amigos de Louis Robach para recuperar el gran bronce? ¿Recurrieron a médiums, hicieron vudú, fomentaron misas negras, sacrificaron a una joven virgen del CAF en una noche de solsticio y a la luz de la luna…? Misterio. El caso es que en el año 1989, la efigie del Amante del Monte Perdido se materializó en una chatarrería de Tarbes. Es decir: a 38 kilómetros de su ubicación original y a 304 metros sobre la altura del mar. ¿Quién fue el responsable de esta especie de viaje astral? ¿Cómo pudo aparecer tan lejos de Tucarroya…? Son enigmas de difícil resolución. De cualquier forma, el presidente de la sección local del Club Alpin Français, Maxime Vélut, la rescató. Y el 23 de julio de 1989, Gérald Robach, hijo del pirineísta desaparecido, volvía a situarla en su emplazamiento primitivo, arropado por una pequeña representación de los presidentes de los clubs regionales, amén de Michel Weidner, el biógrafo de su padre. ¿Y esta placa, goza hoy de buena salud? Pues, de momento, todavía sigue allí, a salvo del desguace pecuniario o de los iconoclastas montaraces. Habrá que cruzar los dedos, porque el precio del bronce anda por las nubes…

Cambio de decorado y nueva batallita. Esta vez, nos vamos hasta la cara norte del Vignemale; más en concreto, al Couloir de Gaube, lugar mítico del pirineísmo donde los haya… Durante largos lustros, ésta fue la vía más reputada de los Pirineos: abierta en 1889, no contempló su primera repetición hasta 1933. Cuatro años después, únicamente seis cordadas se habían paseado por su lengua helada: un club selecto de veintiún escaladores; casi todos ellos, con buen pedigree. Por tal motivo, el director del Musée Pyrénéen de Lourdes, Louis Le Bondidier, decidió que aquella lóbrega canal merecía disponer de una placa conmemorativa que celebrase a los artífices de su escalada. Así, para dar relieve a la gesta de Henri Brulle y los suyos, encargó al trío formado por Robert Ollivier, François Cazalet y Gabriel Busquet, que instalase un mármol de tamaño moderado en sus profundidades. El 15 de agosto de 1937, estos escaladores rapelaron unos cuarenta y cinco metros desde la Brecha de Gaube con su carga… A partir de aquí, la crónica se va a enmarañar de manera notable: unos dijeron que instalaron la placa, bien anclada mediante clavos y cemento, en el tercio inferior del muro de hielo. Otros afirmaron que más abajo, en un flanco del famoso bloque empotrado. En cuanto alguien escalase el corredor, se saldría de dudas…

Mas desde la salida su visitante número veintidós, del Couloir de Gaube sólo iban a arribar noticias insólitas: todas las cordadas que lo recorrieron después del año 1937, declararon no haber observado mármol alguno, a despecho de haberlo buscado… ¡Semejante desaparición daría lugar a pintorescos comentarios! Alguno, de corte malicioso, con el fin de incomodar y poner en duda las ascensiones de nueva hornada: Quien no ha visto la placa, no ha debido de ganar el corredor. Al menos, para las cordadas de la vertiente norte, puede decirse que la Placa de Gaube se eclipsó. En 1984, Ollivier todavía afirmaba que nadie volvió a ver, por lo que sé, esta placa conmemorativa. Acaso se le escapara la pista que aportó la ascensión de Ferrera, Baruta y Molina, el 25 de julio de 1947: A unos ochenta metros de este último trozo de roca, y junto a un pitón, hallamos una lápida de mármol que rememora un accidente ocurrido en dicho lugar en el año 1800. Con toda seguridad, se trataba del avistamiento postrero de la ahora denominada como Placa Fantasma de Gaube, que muchos creyeron una especie de broma para poner a prueba a los candidatos a esta ruta…, ¡aunque Le Bondidier jurara y perjurase que él la había pagado y que guardaba la factura!

A este enigma sobre la existencia real del mármol, habría que añadir el misterio de su texto grabado, pues Ollivier dijo que llevaba los nombres de los primeros vencedores del Couloir. Es decir: el quinteto formado por Brulle, Bazillac, De Monts, Passet y Bernat-Salles. Un listado tan largo hubiera debido hacer sospechar que, en este tema, también había gato encerrado. Y, sin embargo, el cándido autor de cierta novela titulada Flor de Gaube (Desnivel, 2001), picó el anzuelo, hizo caso a Ollivier e incluyó cierto final para su obra con la placa de marras de por medio… Ahora, el referido escritor, cuando quiere realizar una cura de humildad, acude a la página 183 de su libro y, mientras se azota, relee el texto de la Placa Fantasma de Gaube que él dio como bueno: Henri Brulle, Jean Bazillac, Roger De Monts, Célestin Passet y François Bernat-Salles. 7 de agosto de 1889. Naturalmente, estaba equivocado…

Al menos para mí, el misterio de Gaube se resolvió de forma rotunda sobre el año 2002: Patrice de Bellefon leyó Flor de Gaube y, en la primera ocasión que tuvo, me llevó a su casa de Gerde. Y, sobre la mesa de su despacho, me enseñó los trozos de la placa desaparecida… ¡Luego existía! En efecto: el gran pirineísta fue recogiendo los diversos fragmentos a pie de vía, en el curso de esa docena de ocasiones en que subió el Couloir de Gaube trabajando como guía. Así, la desdichada placa debió de caerse a los diez o doce años de su emplazamiento, castigada por el clima atroz de la canal, para yacer en la rimaya de la base. Hasta finales de los cuarenta, el hielo pudo hacer de las suyas y camuflarla en la pared… Mas, con los tres grandes pedazos que Bellefon guardaba en su casona, al menos acerté a reconstruir su leyenda: A Henri Brulle. 7 agosto 1889. In memoriam”. Caramba, caramba, caramba: Le Bondidier sólo había incluido a uno de los protagonistas de la escalada, aunque fuese su principal instigador… No era extraño que la justicia del Vignemale acabara con una lápida tan parcial: en esta inscripción, se habían olvidado a los otros cuatro miembros de la cordada vencedora… ¿Acaso Bazillac, De Monts, Passet y Bernat-Salles regresaron a este mundo en plan Poltergeist para arrojarla al fondo de la rimaya? Ah, las vanidades humanas…, ¡por no hablar de las que regresan desde ultratumba!

Las espesas brumas de lo sobrenatural parecen seguir envolviendo estos célebres monumentos del pirineísmo: la Placa de Robach en la Brecha de Tucarroya y la de Brulle en el Couloir de Gaube… Iker: espero tu llamada. Me he comprado varios modelitos de bakaladero de la Nacional III para salir majo en Cuarto Milenio… ¡Hale, preparad todos los DVD, que prometo dar mucho juego ante las cámaras!

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Por Alberto Martínez

Alberto Martínez Embid practica el montañismo desde que era un crío. Últimamente llama la atención su faceta divulgadora, que se podría glosar como firmante de veinticinco libros y participante en veinticuatro colectivos, sin olvidarse de sus más de mil setecientos artículos. Casi todos, de temática pirenaica. Aunque se ha hecho acreedor de tres galardones de narrativa, seis de investigación histórica y siete de periodismo, se muestra especialmente orgulloso del Premio Desnivel de Literatura de Montaña de 2005.

2 respuestas a «Placas fantasmas del Pirineo»

Enhora buena, Alberto. El artículo me parece precioso y, sobre todo, divulga temas bien poco conocidos y alejados del camino trillado.es la mejor receta para quienes amamos las rutas sin sendero.

Excelente artículo (como todos los demás). Probablemente la mayor época de colocación de placas fuera en los años 50-60 del siglo XX ¿no es así?
En los modelitos de bakaladero prefiero no pensar.
Salud!

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