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Unos pícaros pasadores

Por un tiempo más seguiremos curioseando por la crónica montañera y andarina del País del Pirineo. Rebuscando, sobre todo, los textos menos difundidos entre nuestro colectivo montaraz. Para la ocasión, a través de un par de jalones de trotamundos que llegaban desde ambas vertientes de la cadena. Uno de ellos, con picardías de por medio…

A modo de entrante, antes de ingresar en el mundo de los guías golfos, revisaremos un trabajo sumamente curioso sobre la Historia política, social y administrativa de la República Federal de Andorra. Su origen, fundación, privilegios, leyes, administración, población, productos de su suelo, etcétera. Redactado en 1874 por una pluma anónima que se reconocía como una suerte de “amante de su patria”. Entre estas 47 páginas se repasaba desde la Historia hasta las Instituciones del Principado…, que no República del Pirineo como el autor proclamaba. Así, a los espíritus deportivos les interesará que también contenía cierta descripción de su orografía que bien vale un repasillo.

Esta obra tan poco difundida (como nada orientada hacia el sector del turismo decimonónico) arrancaba con un prólogo que prácticamente glosaba el contenido y, sobre todo, el tono de su interior:

“Creemos que el público verá con agrado la recopilación de lo más interesante que se halla esparcido en varios libros sobre la Historia de esta República [sic], cuyo territorio se halla situado entre Francia y España, y que a pesar de figurar entre las pocas repúblicas que durante muchos siglos han subsistido en Europa, es digna de consideración tanto por las leyes sabias que la rigen, como por la paz que constantemente ha reinado en su seno, modelo de los buenos principios republicanos y de la validez de las leyes, fundados en los eternos principios de la justicia y de la moral”.

Pero saltemos ya al territorio de los sarrios. Desde Barcelona y en español, de este modo se plasmaba cuanto se conocía sobre los relieves del País del Pirineo allá por el último tercio del siglo XIX:

“Las nieves y hielos, que suelen durar por lo menos seis meses en lo alto de los cerros, hacen su clima frío, pero la pureza de las aguas y los aires contribuyen a que sea de lo más sano; en el verano las lluvias son frecuentes. Metido entre los Pirineos, los montes o cabezos más altos que en él se encuentran son el de las Mineras, llamado así por las muchas minas de hierro que en el existen; el de Casamanya, de Saturria, Montclar, de San Julián y de Juglar. Entre medio de las ásperas y quebradas cordilleras inaccesibles las más de ellas a los hombres y a las bestias, se hallan varios puertos o gargantas que en diferentes épocas del año quedan transitables, aunque siempre con mucho trabajo e inminentes peligros; los principales de estos que conducen a Francia, son el de Valira, de Soldeo, Fontargent, Siguer, Auzat, Arbella y Rat; y de los que comunican con España, el llamado Port-negre, Perafita y Portella.

”Abundantes minas de hierro de la mejor calidad; una de plomo, no pocas de alumbre, de cuarzo, de pizarra, tierra negra, de arminio, y muchas canteras de preciosos jaspes y de varios mármoles, se encuentran en las entrañas de estos montes; y por entre las hendiduras de los peñascos brotan en diversos parajes aguas termales, sulfúreas y ferruginosas, cuya aplicación y uso interior producen los más sorprendentes efectos en las dolencias de cierto género. Las fuentes y manantiales de aguas ligeras y delicadas, que causando un embelesador murmullo, o se precipitan desde lo más alto de los cerros, o descienden de sus faldas, o salen en los mismos valles, bien serpenteando, bien elevándose en forma de surtidor, son innumerables, así como la multitud de ríos y de arroyos a que dan origen, o que fomentan con el tributo que a su paso les rinden; las principales de estas corrientes son las tres que con el nombre de Valira atraviesan el Valle en diferentes direcciones, y después de salir de él, se unen formando un solo rio que conserva el mismo nombre basta que, algo más abajo de Urgel, se confunde con el Segre.

”El terreno, poco fértil, como puede suponerse, se divide en prados, donde se cría variedad de yerbas de pasto para el alimento de los ganados durante el invierno; tierras de labor, en las que se cosecha centeno, algunas legumbres y hortalizas, poco cáñamo, sabrosas patatas, algún frutal, especialmente nogueras y castaños, y cuya parte más baja y meridional se destina a la plantación del tabaco; y en terreno inculto o erial, donde se encuentran ricos pastos de verano, bosques de pinos, abetos, robles, encinas, abedules, fresnos, chopos y otros árboles que proporcionan abundante combustible y madera, no solo útil para los edificios, sino para mástiles y construcción de buques, la cual se trasporta por los ríos Valira y Segre hasta Tortosa y otros puertos del Mediterráneo: hay también extensos trozos en que crecen con lozanía el avellano, el sauco, el boj, el enebro y otros arbustos; la frambuesa, la zarzamora, la fresa y la grosella, que con su fruto aroma que embalsaman el ambiente y halagan el paladar con los ácidos más gratos y saludables; muchas raíces y plantas medicinales.

”El ganado lanar, cabrío, vacuno, mular, caballar y de cerda, cuyo jamón es buscado por su grato sabor, debido sin duda a la hoja del fresno de que se alimenta el animal, y a la frescura del aire con que se cura, distribuidos en pequeños rebaños pueblan los llanos y los montes; saltan con libertad entre los jarales y mayores espesuras las cabras monteses, los osos, lobos, zorras, liebres y ardillas; anidan en los puntos más abrigados de los expresados sitios, o en las ramas de los copudos árboles, la gallina de monte, la perdiz blanca, la parda o xena, algunas de la especie común, y multitud de mirlos y ruiseñores; las águilas de varias especies y otras aves de rapiña habitan en lo más pelado de los corros, desde donde se dejan caer sobre su presa a golpe seguro”.

Tal era cuanto se sabía del medio físico del Principado de Andorra en la España de 1874. Unos datos bastante equilibrados y del todo carentes de inquina, aunque con muy poca querencia por sus montañas. Algo es algo.

¿Hablamos ya de los pilletes? Pues pasemos página para recurrir a uno de los textos más divertidos de Paul Perret, el conocido escritor y periodista de Paimboeuf. El gran amigo de Jules Verne… Sus vivencias se escondían bajo el discreto título de L’Andorre: un descubrimiento de Curt Wittlin, quien lo difundiría desde su recopilatorio De la Maladeta al Canigò (2004), fechándolo hacia 1882.

El relato de Perret explicaba las aventuras de un par de amigos que trataban de ingresar en el País del Pirineo con ayuda de unos paisanos de L’Ospitalet. Sus andanzas con estos montañeses galos iban a servir las porciones más pintorescas del libro. Sin duda alguna.

Así, con la vista fija únicamente en las peripecias itinerantes y en las descripciones paisajísticas, viajemos hasta la Andorra de 1883 junto al literato Paul Perret:

“¡Pasar a Andorra no es tan sencillo! Se lo hemos escuchado a un hombre, que dice que no puede guiarnos, aunque sí su hijo. Necesitamos tres caballos, pero solo tiene dos, aunque lo mismo le da. Hablamos del precio: dice que son veinte francos por caballo y día, y dos por el guía. Tenemos un testigo, un policía de Ax que, casualmente, se encontraba aquella tarde por allí por un asunto de la Mina.

”A la hora convenida se presentaron el padre y el hijo. ¡Bien! Pues nada bueno. Venían para decirnos que no podrían venir. ¡Por suerte, teníamos al policía! Ambos se sometieron a su autoridad y dijeron que bien, que nos guiarían. Pero resultó que el caballo que confiaban les prestaría un amigo se hallaba ilocalizable. Gesticularon en dirección a la Solana, diciendo que tendrían que ir a buscarlo. ¡Que tuviésemos paciencia! Les esperamos.

”Regresaron al cabo de una hora, y entonces aquellos dos tramposos entonaron otra canción. Porque, entre tanto, el policía se había marchado. Dijeron que sí, que nos conducirían a Andorra, pero no al precio convenido. Sería el doble, o mejor, el triple, pues no precisaron de qué dependería. Perdimos la calma, y entonces tuvimos una idea que resulta una artimaña muy frecuente en las comedias: fingimos ser especialistas en Derecho. Así, mi compañero se puso a recitar famosas decisiones jurídicas en procesos de viajeros versus arrendatarios de caballerías, y yo cité les leyes y estatutos sobre indemnizaciones, sanciones y castigos. Nuestros adversarios cambiaron el tono y se declararon dispuestos a llegar a un acuerdo. El precio de los caballos seguiría sin cambios, aunque ellos se contentarían con una dieta de cinco francos. ¡Todos contentos! Y entonces no tuvieron que ir a buscar el caballo perdido: lo encontraron en el establo del vecino.

”Salimos por la única calle que tiene L’Ospitalet y atravesamos el río Ariège sobre un puente de madera, unos cien metros más allá del pueblo. El camino comenzó a serpentear por la Solana hasta el arroyo de la Palomera, donde entramos en territorio andorrano […].

”Estas pendientes ofrecían bien poca hierva, y no había ninguna otra vegetación ni arbustos. Dejamos a la derecha el camino que subía al port de Soldeu. Era la ruta más corta para entrar en la República [sic], pero quienes tenían tiempo preferían pasar por el port de Framiquel para poder admirar, de paso, las fuentes del Ariège.

”Desde el puerto (2.500 metros) pudimos ver todo el valle del Ariège hasta las montañas de Foix. En dirección sur, nada más que unos picos muy grises. En la otra dirección se veía el valle de la Valira Oriental, una de las ramas del río nacional andorrano, llamado en francés Embalire. Bajo la cresta desnuda, coronada de cimas –como el Puig de la Valira, la Portella, el Puig de les Néras [Negre], ectétera– se veían, bien altas, las fuentes de los arroyos que bajaban por canales verdes más y cada vez más amplias hasta el río.

”El sol, oculto por detrás de las montañas del oeste, iluminó las puntas de esta sierra magnífica. Comenzamos la bajada, muy escarpada, inclinada y desagradable. Los caballos a menudo resbalaban. Un nuevo cambio en la vegetación –volvió a haber abetos– se percibió entre los riscos”.

Aquí nos despediremos del grupo de Paul Perret, a punto de ingresar al célebre hostal de Soldeu. Solo añadir que a los viajeros no les gustó su menú. Ni tampoco la compañía de esas gentes que, según les advirtió el guía, “no admitían bromas”. Caramba con la fama del contrabando andorrano…

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Por Alberto Martínez

Alberto Martínez Embid practica el montañismo desde que era un crío. Últimamente llama la atención su faceta divulgadora, que se podría glosar como firmante de veinticinco libros y participante en veinticuatro colectivos, sin olvidarse de sus más de mil setecientos artículos. Casi todos, de temática pirenaica. Aunque se ha hecho acreedor de tres galardones de narrativa, seis de investigación histórica y siete de periodismo, se muestra especialmente orgulloso del Premio Desnivel de Literatura de Montaña de 2005.

3 respuestas a «Unos pícaros pasadores»

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