Vamos con una especie de viaje al Pirineo en tiempos difíciles. Llevado a cabo por una suerte de agrupación de reporteros galos que deseaba penetrar no en Sangri-La, sino en Andorra. Toda una odisea tartarinesca que se ocupó de sacar adelante el parisino Adolphe-Charles-Marie Suffer. Es decir: un escritor y poeta al que gustaba firmar como Sutter-Laumann y que se ubicaría dentro del mundillo pirineísta por su obra dedicada al Principado entre montañas.
Así, en 1888 nuestro Sutter-Laumann ponía en el mercado un texto, no se sabe bien si real o ficticio, sobre Au Val d’Andorre. Les Ecréhou. Con una temática periodística de por medio que enseguida llama la atención. Por entonces, el francés había firmado ya varias novelas y poemarios. En cualquier caso, el libro del que nos vamos a ocupar en dos entregas abordaba el periplo de cierta cuadrilla de periodistas galos rumbo a unas supuestas Ecréhou, esas islitas perdidas del Canal de la Mancha.
Entre las páginas de su volumen andorrano, Sutter-Laumann servía una colección de peripecias que hacen sospechar que era una trama más bien imaginaria. Eso, aunque llegasen entremezcladas con toda clase de asuntos sobre política internacional, peleas con carlistas y contrabandistas o tensiones con los nativos ante una posible invasión del Principado pirenaico. Con detalles de corte criminal que parecen notables exageraciones, como el de esa niña destripada o el de la ejecución de cierto reo a la orilla de la Valira…
Como quiera que fuese, su trekk se iniciaba en París un 15 de marzo de 1886. El protagonista de la obra, junto con otros colegas de diversos diarios franceses, se situaba sin tardanza en Porté para un intento de ingresar en el País del Pirineo por el Puymorens. Puestos a ubicar a los lectores menos informados, el escritor comenzaba con la clásica presentación rápida del escenario de su trama y, cosa extraña, con una invitación bastante favorable al turismo:
“El valle de Andorra, situado sobre nuestra frontera pirenaica contigua al Ariège y al [departamento de] los Pyrénées-Orientales, resulta muy poco conocido. Esta corta narración quizás promueva en los amantes a los buenos viajes el deseo de visitar este país tan salvaje como encantador, donde los habitantes han conservado sus costumbres y leyes ancestrales desde hace más de diez siglos, antes de que la Civilización, esa gran niveladora opuesta a lo artístico, haya pasado por allí para destruir el carácter pintoresco de esta pequeña república feudal [sic]”.
No nos entretendremos en exceso con las disquisiciones del cronista sobre temas políticos ni en los sucesos truculentos que relata, difíciles de constatar. Mejor quedarse tan solo con sus alusiones más montaraces y viajeras, aun sin saber si las vivió realmente o recurrió a otras fuentes, o incluso a la pura inventiva:
“Aquéllos que ignoren las dificultades con las que se tropieza en invierno en las montañas, les parecerá extraño que no estuviésemos ya en algún pueblo de Andorra después de haber dejado París hacía cinco días. Pero en estas regiones, tanto si hiela como para hacer que las rocas se quiebren como si nieva hasta el punto de no ver a tres pasos por delante de uno, como si una tormenta de nieve con rayos, granizo y lluvia transforma todo sendero en cascadas. Es preciso, pues, aprovechar un período de bonanza para tentar el paso.
”Para descender a Andorra [la Vella] estas dificultades se complican: eso, sin contar con que, en estos momentos, los espíritus estaban exaltados y una bala podía llegar más rápida a su destino que un viajero. Al menos en lo que pudimos conocer, si no se tomaban ciertas precauciones, un Baile [autoridad] cualquiera podía impedir que franqueáramos la frontera andorrana. Que se llevaran o no los papeles en regla poco importaba, aunque los franceses tuvieran derecho a penetrar en estos Valles, nuestro Gobierno solo podía protestar por la expulsión de sus nacionales. Pero incluso frente a un pasaporte, los andorranos podían responder con obstinación:
”—Nosotros no sabemos si sois francés, como decís… ¿Qué pruebas tenéis?
”—Aquí están mis documentos.
”—Los podéis haber robado.
”Cualquier argumento quedaba sin réplica, en tanto que se veían apoyado por razones de fuerza a las que ninguna elocuencia podía resistir. Los disparos de fusil resonando contra el suelo decían bastante. Por lo demás, esta corta conversación tenía lugar en catalán. Si el viajero conocía dicha lengua, pues mucho mejor, podría cerrar el asunto más rápidamente. Si no, era preciso que un guía sirviera como intérprete, aunque el tema podía no durar apenas nada. Los andorranos no dejan entrar en sus Valles sino a la gente que conocen, a los habitantes de la frontera con quienes están en relación […].
”Mi salida hacia Andorra [desde Porté] fue diferida por diversos motivos. El primero fue que no hubiera llegado muy lejos por causa del mal tiempo que reinaba en las alturas. Las fuertes borrascas de nieve se abatieron sobre los collados, y ni con todos los esfuerzos del mundo los correos de los andorranos amigos de Francia, rendidos ante las fatigas y los peligros de las montañas, lograban llegar hasta aquí. En segundo lugar, si bien quería ir a Andorra para ver alguna de las cosas curiosas de este país, si iba solo, podía suceder que no viese nada, pues los desconfiados andorranos se guardarían bien de hacerme su confidente, máxime cuando apenas podía decir algo en catalán, mezclado con palabras españolas pronunciadas al estilo parisino:
”—¡Es un gavach!
”De este modo me llamarían si, evitando retener mi impaciencia, hubiese partido. Porque un gavach [gabacho] se refería a un extranjero [francés], con un término lleno de desconfianza que quería indicar a un ser inferior, que no podría llegar muy lejos, pues me hubieran cerrado sus puertas, y las costumbres, leyes y costumbres, todo me lo hubieran ocultado, y eso si no era devuelto a la frontera por algún partidario de los Carlistas que hubiese encontrado en mis rondas por los senderos. No sería la primera vez que a un periodista le hubiera pasado algo similar mientras recorría este país […].
”Finalmente, al cabo de ocho días de bloqueo por la nieve, pude salir de Porté, con sus casas bajas y ahumadas, y callejuelas impracticables. Me dirigiría hacia Andorra [la Vella], capital de la República [sic]. Y bien: no quería dar la imagen de ser víctima del deber profesional, sabiendo por experiencia cuántos de mis queridos colegas estarían tentados a reírse […].
”Para comenzar, la noche en la víspera de mi salida la pasé en blanco. Al anochecer, una treintena de andorranos llegaron a Porté para servir como escolta a nuestra misión. Entraron al patio del albergue vociferando, y durante cinco horas más siguieron gritando:
”—¡Viva Francia! ¡Viva Andorra! ¡Viva la República francesa!
”Y a esto siguieron canciones catalanas sobre temas variados, aunque siempre con el mismo tono nasal. También bailaron con pasos de vals muy lentos, ocho o diez de estos muchachos, remedando una orquesta y componiendo con sus bocas una música bárbara que acompañaban con el batido de sus palmas. Después hubo más vivas y gritos. Y ese baile improvisado, esta fiesta nocturna en honor del enviado de nuestro Gobierno, se hizo sin otro adorno que la luz de la luna y de las estrellas. Y en verdad que la fiesta fue para mí […].
”Por fin, tras haber enviado mal que bien mi correo, tras haber extendido sobre mis botines armados con unos clavos enormes una espesa capa de grasa y preparado mis polainas —pues las botas no bastan para la nieve—, cargado con mi maleta, me metí vestido del todo en la cama. No bien sonó la medianoche, los andorranos, a pesar de sus pulmones de hierro y sus piernas de acero, fueron a tumbarse sobre el heno del granero. Apenas cerré los ojos sino dos horas, y el estruendo se reinició con los últimos preparativos para nuestra partida. Nos tomamos un bol de café muy negro, generosamente cortado con ron para mantener nuestro estómago en buen estado, todo bien caliente, en tanto que los andorranos se tomaron unas lonchas de pan con queso, irrigadas con numerosos tragos. Las mulas con los equipajes estaban dispuestas, y todo el personal del albergue estaba en pie, a pesar de la hora extra matinal, y se amontonaba en torno a nosotros para darnos la mano y hacernos mil buenos deseos. Uno se hubiera creído entre familiares, lo que hubiese resultado casi ridículo de no saber que en esta estación la travesía del Pirineo no dejaba de ser peligrosa. A las 3:00 h en punto: ¡hop, a caballo!”.
Pues no: nada de montar sobre acémila alguna. Mejor esperemos unos días para seguir las aventuretas de este grupo de periodistas tan dispuesto a entrar en lo que juzgaban un país extremadamente peligroso en 1886…
8 respuestas a «El país salvaje y encantador»
Curiosa tendencia, esa de nuestros vecinos del norte, de recorrer estos predios con toda alarma o, incluso, revolver en mano, como al parecer hizo algún ilustre pionero por el Mascún. ¿Será que tenían razón al ser tan precavidos?
Pues espera a ver el “ingreso” propiamente dicho en Andorra, José. De todas formas, igual en 1886 estaban inventando el “turismo de aventura extrema” o algo así…
Para quien desee curiosear por esta serie sobre el pirineísmo andorrano:
https://blogs.desnivel.com/albertomartinez/2021/07/22/las-maladetas-andorranas-y-otros-cuentos/
https://blogs.desnivel.com/albertomartinez/2021/07/28/memoria-andorrana-de-1820/
https://blogs.desnivel.com/albertomartinez/2021/08/02/un-puymorens-terrorifico/
https://blogs.desnivel.com/albertomartinez/2021/08/10/las-puertas-de-andorra-en-1838-y-1843/
https://blogs.desnivel.com/albertomartinez/2021/08/17/una-inglesa-y-su-guia-chungo/
https://blogs.desnivel.com/albertomartinez/2021/08/24/una-pedrada-que-estremecio-inglaterra/
https://blogs.desnivel.com/albertomartinez/2021/09/02/unos-picaros-pasadores/
https://blogs.desnivel.com/albertomartinez/2021/09/13/andorra-con-ojos-british/
https://blogs.desnivel.com/albertomartinez/2021/09/21/deverell-en-la-andorra-de-1883/
Y algo sobre el cronista de estas peripecias:
https://fr.wikipedia.org/wiki/Sutter-Laumann
otra vez que estoy con ganas de ver que pasa despues alberto
Pues no tendrás que esperar mucho, Luis, que enseguida llega. ¡Hasta entonces!
Un texto divertidisimo Alberto. No hay duda de que el “friky de los viajes” viene de lejos. Muchas gracias por estas paginas tan divertidas. Que sigan y sigan y sigan.
Bueno, Makako, la verdad es que la sensibilidad y el efectismo literario durante el siglo XIX era muy distinto a los modos actuales y bla, bla, bla… ¡Tienes razón, que un poco friki sí que parece que era este cronista!