

Hace ya unos años que conocí a Darío Barrio. Fue en un avión a 4000 metros de altura justo antes de tirarnos al vacío de vuelta a la tierra. No dejaba indiferente a nadie desde el minuto uno. Darío era un auténtico personaje rebelde, simpático, inteligente e integrado en la sociedad. No era un Tarzán de los bosques, ni Mowgli viviendo entre lobos. Pero como todo buen rebelde estaba en camino de seguir descubriéndose a sí mismo. Vivía a golpes de la vida, volando entre nubes, paredes brutales y en equilibrio constante con su traje de alas. Le llamaba el reto constante, la prueba de vida. Le apodé Dorian porque me recordaba siempre con su estilismo a ese personaje Inglés “Dorian Grey” de Oscar Wilde que nunca envejecía ante el espejo y su educación e inquietud le llevaban a ir envejeciendo el alma por dentro a medida que se enfrentaba a la vida a grandes tragos. Por eso, porque cerrarse uno a abrir puertas tiene sus consecuencias y normalmente cuanta más felicidad se consigue más sufrimiento interior conlleva.
Darío pasó por todo, por ser un empresario de mucho éxito con un restaurante de alta cocina Dassa Bassa. Dirigía todo, desde la administración, el marketing, la comunicación, la gestión de la cocina, los trabajadores y por supuesto el trato con los clientes. Por allí pasaron los personajes más variopintos de la escena contemporánea. Ministros, cantantes, actores, deportistas, y famosos de medio pelo. Con todos ellos tenía el mismo trato y era uno más entre ellos. Pero si algo destacaba de Darío era lo poco clasista que era. Trataba de la misma manera a un ministro que a un obrero. Tuvo situaciones verdaderamente difíciles en el restaurante. Darío aguantaba estoico y firme ante la situación. Lo vendió todo sin quejarse mucho, iba en bicicleta al trabajo para contrarrestar los gastos a la vez que entrenaba. Creo que le hizo feliz quedarse sin coche pues estaba ya en su condición natural de ser una persona especialmente austera.
Darío soñaba con saltar de sitios imposibles y subir un ochomil pero creo que por encima de todo ello le apetecía una verdadera vuelta a los orígenes y entablar un relación con la naturaleza de manera más comprometida, incluso viviendo en ella. “Hacer un Zoilo” solía decir en relación con la vida de un amigo de Madrid que se fue a vivir a los Picos de Europa de una manera sencilla. Lo cierto es que Darío era también un gran deportista, un buen comunicador y descubrió a través del Salto BASE su relación con la naturaleza que tenía algo abandonada desde sus tiempos con el Ala Delta. Fue en este punto cuando se convirtió en un athleta de Adidas outdoor. Todo el equipo de la categoría outdoor le trataba con mucho cariño y también “fraguó” una buena amistad. En Adidas apoyaban su capacidad con las relaciones públicas, su cocina, su athletismo, su kayak, su paracaídas. Sin duda Darío vivió varias vidas y sobrevivía como el Barón Rampante colgando de las ramas de árboles, viendo todo desde una perspectiva diferente. Como el Barón Rampante “vivía para ideales que tampoco el mismo podía comprender”, pero “tan sólo siendo tan despiadadamente él mismo, como fue hasta su muerte, podía dar algo a todos los hombres”.
Entre todo este derroche de actividad también conoció el amor con Itziar, tuvo dos hijos maravillosos Telmo y Lucas. Todo ello con los contratiempos que provocaba el desafío constante que le provocaban sus múltiples planteamientos sentimentales. En este sentido, afrontaba cada día trabajando muchísimas horas, entrenando y con una energía no apta para cualquiera. Creo que de verdad iba tan al límite porque entendió que la vida es efímera y que la precariedad de la existencia nos acompaña cada día aunque no lo sepamos. Fue especialmente después de la muerte de Manolo Chana cuando su forma de actuar cobró más fuerza. Darío estuvo en lo más alto y en lo más bajo en cuestiones económicas sin que eso dependiera del trabajo o el empeño que uno pusiera en ello. Aun así le llamaban de todos lados como personaje público y gracias a sus trabajos en televisión o publicidad podía ir campeando con la crisis. Llevaba un ritmo y una velocidad de crucero que solo le podía volver a colocar en lo más alto del escalafón social. Interiormente ya era muy rico. El último día de Darío me llamó como a tantos otros amigos contándome el salto que iba a hacer. Recibí una llamada de Armando del Rey nada más llegar a casa. Armando fue directo al grano. Estaba haciéndome un zumo de naranja mientras me comentaba lo que había pasado, no quise parar como si quisiera que no me afectase, como si el tiempo tuviera que seguir corriendo como lo había hecho hasta ahora lleno de proyectos futuros… Nos íbamos de expedición para saltar de la gran Torre del Trango en unos días. Pensé en no ir por unos instantes pero ir a las montañas es mi vida y me llena como nada en el mundo. Sería la mejor manera de rendir homenaje a un buen amigo. Sin duda alguna.