Escribo este editorial desde el campo base del Everest. El oficio del periodista consiste en contar historias. Por eso he venido: aquí tendrá lugar en los próximos días tres actividades, protagonizadas por alpinistas de nuestro país, que considero apasionantes: Carlos Soria, a sus 72 años, intentando el Lhotse, su 11º ochomil; Edurne Pasaban, el Everest sin oxígeno, y Juanito Oiarzabal repitiendo los catorce ochomiles. Además de otras historias que tendré oportunidad de conocer y transmitir de primera mano. La montaña más alta del mundo es el sueño de alpinistas y no alpinistas. Su campo base se ha convertido en el centro de peregrinación de miles de excursionistas que dan vida a uno de los trekking más populares.
En la morrena que conduce a la cascada, primer obstáculo a salvar, se agolpan las expediciones de todas las nacionalidades que sueñan con alcanzar su cima. Los sherpas trabajan instalando ese cordón umbilical (cuerda fija) que desde el campo base llegará a la misma cumbre. Quien por sus rutas normales intente el Everest, sí o sí, tendrá que seguir el estilo decidido por todas las expediciones, comerciales o no. Es imposible plantearse el Everest por la normal como un desafío individual.
El techo del mundo ejerce el mismo imán que, por poner un ejemplo, puede ejercer en los Alpes el Mont Blanc o el Cervino. En temporada y por las rutas normales, la masificación es inevitable. Quien acude en estas circunstancias sabe perfectamente que en la montaña podrá encontrar muchas vivencias personales, pero difícilmente soledad o la posibilidad de desarrollar un proyecto individual. Algo que sí encontrará fuera de las rutas normales.
En el campo base del Everest confluyen muchas historias y un mismo sueño: alcanzar la cima del techo del mundo. El mayor peligro al que se enfrentarán quienes lo intenten por su ruta normal es la masificación que puede producir peligrosas situaciones.
El Everest no es solo la montaña más alta, también es una montaña cargada de historia y leyenda, por eso el interés que despierta. Aunque mi sentimiento en este campo base sea agridulce (¡son tantos los elementos no propios del alpinismo que aquí confluyen!), también comprendo perfectamente la ilusión de quienes quieren alcanzar la cima del mundo. Es el mito, la cumbre que a muchos nos gustaría pisar. // Darío Rodríguez
(Publicada en el número 299 revista Desnivel -Mayo 2011- )