La mayoría de quienes vieron las imágenes de la larga fila de alrededor de 200 alpinistas intentando el mismo día el Everest se llevó las manos a la cabeza. No es normal que tanta gente suba al mismo tiempo el techo del mundo, pero algo similar (incluso con más gente) ocurre muchos días en las montañas más populares de la tierra (Mont Blanc, Kilimanjaro, Aconcagua…). Tampoco hay que alarmarse, ni dramatizar: son cimas que atraen por una altura que conlleva una historia, un mito, un prestigio, la posibilidad de realizar algún tipo de “récord”. Es normal que muchos quieran escalar la montaña más alta del mundo, de África, de América…
Casi todos los alpinistas, independientemente de su nivel, sueñan con ascender alguna vez estas cimas. Es verdad que las rutas normales de estas cumbres se masifican, pero también que quien no quiera masificación tiene otras rutas y montañas en las que con seguridad encontrará esa soledad que busca. Si las dos normales del Everest están masificadas, el resto de sus rutas están habitualmente desiertas….
En este número publicamos un interesante artículo sobre lo que ocurre en las normales del Mont Blanc. Una montaña cuya cima intentan más de 40.000 personas al año, de las que aproximadamente la mitad la alcanzan. Una ascensión “teóricamente” fácil, en la que quizás no todos saben que hay que pasar por varios puntos peligrosos, ni cómo hacerlo. Uno se conoce como La Bolera: una auténtica ruleta rusa para quien la cruce. La opinión de un rescatador que citamos: “No es la montaña la que mata a los alpinistas, sino que el noventa por ciento se mata a sí mismo”. Las ideas que se exponen en este artículo son extrapolables a todas las grandes montañas “turísticas” del mundo.
No todo es blanco o negro. No todos los accidentes suceden a gente sin experiencia. Algunos de los fallecidos en el Mont Blanc eran alpinistas experimentados. Llama especialmente la atención el caso del guía inglés Roger Payne, quien no sólo tenía gran experiencia, sino que era un experto en aludes, autor de un manual y una web sobre el tema.
Una vez ocurrido un accidente resulta fácil decir, incluso criticar, qué se hizo mal. Por supuesto que debemos aprender de los accidentes y de los posibles errores. Pero también tenemos que saber, y es una de las bellezas del alpinismo, que no es una ciencia exacta. El alpinista siempre se mueve en un filo donde tiene que tomar decisiones basadas en su experiencia e intuición. Es por eso que alguien definió su arriesgado oficio con cuatro palabras certeras: el arte de sobrevivir.