TODAS las montañas tienen una cosa en común: la cima es su punto más alto. La cima es la cima. Según esta verdad que nadie discute es evidente que un alpinista que afirma haber estado en la cima de una montaña tiene que haber alcanzado su punto más alto. Si no, no ha estado en la cima, y así ha sido siempre.
Un ejemplo: en escalada deportiva la cadena marca el fin de una vía. Si te caes a un solo movimiento de encadenar…, mala suerte. Quizás estabas a punto de hacer la vía más difícil del mundo y te has caído cuando ibas a pasar la cuerda por la cadena… No has hecho la vía, tienes que volver a empezar y quizás nunca puedas hacerla.
Esto que parece tan evidente, sin embargo en el alpinismo, sobre todo en el Himalaya, para algunos ha dejado de serlo. La cima ha dejado de ser la cima para convertirse en un punto no definido en sus alrededores, que puede situarse a 10, 20, 30, 40, 50, 60… metros e incluso ha sido sustituido por la palabra “sensación”.
¿Os imagináis que Mallory e Irvine, en vez de arriesgar su vida y morir intentando alcanzar la cima del Everest, hubieran regresado diciendo que lo habían ascendido porque habían tenido la sensación de estar en la cima? ¿O que habían hecho la cima pero se habían quedado a 20, 30, 40 50… metros? ¿Os imagináis que mañana Adam Ondra o Chris Sharma dijeran que tienen la “sensación” de haber hecho un 9b a vista y que por tanto se lo apuntan? En el Himalaya algunos han decidido en función de sus intereses cambiar las reglas del alpinismo para convertir la cima de la montaña en un concepto etéreo.
Lógicamente hay que diferenciar entre quien asciende montañas para sí mismo, con su dinero, y puede hacer –por decirlo así– lo que quiera, siempre y cuando cuente la verdad, y quienes tienen como objetivo figurar en las listas “oficiales”. Por ejemplo en la de los 14 ochomiles. En este caso tienen que ser transparentes y respetar las “reglas” de siempre, ésas por las que ha habido gente que ha arriesgado noblemente su vida, e incluso la ha perdido.
Es necesario haber hecho cima de manera evidente para figurar en los listados, lo es aún más cuando para el proyecto se ha utilizado, aunque solo sea en parte, dinero público. Si en el primer caso la transparencia debe ser absoluta, en el segundo lo debe ser doblemente. La misma transparencia que exigimos en su uso a nuestros políticos la deben tener los alpinistas que se benefician de él.
(Editorial publicado en el número 324 Junio 2013 de la revista Desnivel)