“HAN sido los 10 días de actividad más intensa que mi cuerpo recuerde en muchos años, pero, como siempre nos sucede, dentro de apenas unos meses todo este esfuerzo quedará involuntariamente arrinconado y nuestra mente solo fijará los buenos momentos y los maravillosos atardeceres en la hamaca con vistas al Masherbrum y al Baltoro”.
Alguien dijo que el mejor escalador es el que mejor se lo pasa escalando. No sabemos si esto es realmente cierto. Lo que sí sabemos es que medir el grado de disfrute resulta imposible (si exceptuamos a los escaladores de las torres del desierto de Utah, quienes lo cuantifican exactamente por la cantidad de arena que han acumulado en sus orejas al regresar a casa). También sabemos que, aunque la dificultad de una vía, una montaña, una travesía… es la que generalmente determina la calidad de la actividad, al final, casi siempre, son los buenos momentos los que quedan permanentemente arraigados en la memoria del protagonista. Tal y como nos contaba Juan Vallejo unas líneas más arriba, nada más descender de su extraordinaria apertura en el Paiju Peak.
Cédric Lachat, después de hacer de uno de los mejores encadenamientos de este verano –el de Orbayu (8c) al Naranjo– se bajó recordando lo bien que se lo había pasado cuando dejó atrás el desplome y los largos duros y se fue silbando hacia la cima: “Mis largos favoritos de la vía son todos los que se encuentran después del último 7c+, ya que se trata de un terreno 100 por cien de aventura que hay que proteger y me encanta, aunque sea muy fácil”.
Ahí está la gracia
No hace falta una pared kilométrica del Karakórum ni un quinto largo de 8c sobre buriles y fisureros dudosos para vivir una gran aventura. Manuel Cepero la encontró en una normal de Riglos, la del Puro. “En el V+ me defiendo bien, el 6a me cuesta un poco pero lo saco… y de ahí para arriba comienzan las dificultades. Ahí está la gracia de la escalada, si fuera fácil nos quedábamos en casa”, asegura Manuel, que es ciego. La dificultad técnica puede medirse, casi siempre, de una forma más o menos objetiva; la vivencia, la experiencia, el sentimiento de aventura no es cuantificable ni comparable. Cuántos factores condicionan cada escalada, ¡incluso la misma según qué día! Qué gran suerte poder vivir la gran aventura, la gran experiencia de nuestras vidas, sin optar a una nominación del Piolet de Oro… “Ahí está la gracia de la escalada”.