Darío Rodríguez

Dawn Wall, la vía de los máquinas…

ESTAS últimas semanas han resultado especialmente  duras, y seguro que muchos de  vosotros también os habréis sometido al terrible  ejercicio de paciencia que supone explicar a  familiares lejanos, compañeros de oficina y tertulianos  de taberna por qué la liberación del Dawn Wall  es tan importante. Lo siguiente, algo que nos ha  ocurrido a nosotros, os va a resultar muy familiar.  Primero hemos lidiado con esa esa idea tan  arraigada de que el “libre” es escalar sin cuerda, y  luego el resto del calvario:

—Entonces, ¿estos tíos han sido los primeros en  subir al Capitán?
—No, al Capitán se sube andando.  La media sonrisa del otro ya indica claramente  lo que está pensando (“hay que ser muy idiota para  complicarse la vida de esta manera…”). Y continúa.  —Entonces Dawn Wall es la primera vía en la  pared del Capitán, ¿no?
—No, en el Capitán hay casi cien vías. La primera  se abrió hace más de medio siglo.
—Pero sí que es la primera que se hace en libre,  ¿a que sí?  —Qué va, la primera fue Salathe, en el 88.
—¡Vale, pues 9a es lo más!  —No te creas, hay quien ha encadenado ya 9b y 9b+.
—¿Entonces es la vía más larga?
—Tampoco…  Llegados a este punto del debate es hora de iniciar  la parte más difícil de nuestro discurso:

¡La defensa del Dawn Wall!
Continuamos explicando lo mejor que podemos, incluso  con entusiasmo, que la escalada al Dawn Wall es algo  magnífico, histórico, increíble. Que no es “la más” en  nada concreto pero sí en conjunto, y con mucha diferencia.  Le decimos que estos años hemos seguido con admiración  los avances de Tommy y Kevin, que encadenar  dos largos seguidos de 9a allí arriba es extraterrestre, que  han subido en un estilo de quitarse el sombrero, que se  agarraban a cosas muy muy pequeñas, que no entendemos  tal repercusión mundial pero se la merecen…

Y después de media hora de explicaciones infructuosas,  los ojos del contertulio indican que no se entera de  nada, que se está empezando a aburrir y que piensa  que le estamos tomando el pelo. Así que el sujeto da por  concluido nuestro sermón y suelta, literalmente:

—Vale, tío, que ya lo he entendido, me ha costado,  pero ya lo tengo: hay que ser pero muy máquina para  estar ahí arriba tres semanas… ¡sin cagar!