Darío Rodríguez

El museo de las emociones

TE has parado en mitad de la fisura. Algo te llama la atención y acercas la cabeza a la grieta para descubrir que, envuelto en líquenes y casi carcomido por el sol y la humedad, aún aguanta allí dentro un vetusto taco de madera con un cordino blanco y reseco. Y entonces la imaginación te lleva a los tiempos de la bota dura y los pantalones bávaros, a las cuerdas de cáñamo y los mosquetones de hierro. Sigues soñando un rato pensando en quién y cuándo lo metió hasta el fondo a mazazos y en las narices que le echó al asunto. Quizás fuera el aperturista, o uno de los primeros repetidores de la vía. Quién sabe. Así continúas un rato, hipnótico, hasta que el pesado de la reunión te da un grito y pone gesto de qué-pasa-tío-te-ha-dado-un-yuyu-oqué- me-estoy-quedando-tieso-aquí-parado.

El miedo y la esperanza

En la Torre Este de Castel Firmiano (Bolzano, Tirol), donde Reinhold Messner fundó su Museo de la Montaña, entre innumerables piezas y al lado de su inconfundible casco blanco, los estribos y las botas de Bonatti, uno puede contemplar la funda de vivac que el alpinista italiano utilizó –por última vez– en su escalada en solitario en el Petit Dru, en la que pasó cinco noches en la pared. La estrenó en 1949, en la Norte de las Grandes Jorasses, y no dejó de usarla en eternas noches de invierno hasta aquella escalada de 1955. “Varias veces se me hizo pedazos y tuve que remendarla”, afirmaba Walter, mientras Messner, en ese extraordinario relato a dos que es Mi hermano en el alma (Ed. Desnivel 2015), añade: “Esta funda explica emociones que no se pueden conseguir de ningún otro modo; que no se pueden apresar. Es la pieza más importante para mí de toda la exposición. Gracias a esos objetos, Bonatti no es una fría figura de museo, sino un vivo creador de emociones”.

“Para mí, este trozo de sencilla tela representa el miedo, la esperanza, todas las emociones que ha vivido un hombre único. Por eso, su pobre saco de vivac me hace llorar cada vez que lo veo, todo remendado, porque sé que es así como él ha pasado las noches, no solo en el Pilar del Dru, sino también, por ejemplo, en la Oeste de Lavaredo en pleno invierno. Y basta con detenerse a observarlo para ver cuánto ha vivido este saco”.

“No es un objeto estéril, al contrario, transmite fuertes emociones. Quien conoce un poco la historia del alpinismo, se pone a llorar al ver tu saco, Walter. Y quien no la conoce, se va a su casa, lee para informarse y, luego, llora…”.