La Taula
“La fisura mas alucinante de Aitana. La Supercrack del Divino.” Así la describió el gran Armand Ballart en su artículo sobre el Peñón del Divino que publicó Desnivel hace unos cuantos lustros. Este ecléctico escalador y dibujante (y seguramente muchas cosas más) que en ocasiones nos seducía con su aire vintage y a veces nos descolocaba con sus ideas futuristas, recomendaba “engañar a un amigo para hacerse fotos de calendario”.
La Taula se trataba de una línea perfecta y severa, semiequipada con unos pocos clavos por sus aperturistas Quito Soler y J. Manuel Orts, allá por el año 79. Apenas se conocían repeticiones de esta ruta que estaba cotada de A2 y exigía llevar unos 15 clavos, cuando empezaron a llegar vientos británicos que hablaban de ascensiones en libre. La inquietante cordada formada por Mark y Rowland Edward proponía una graduación de séptimo grado obligado en todos los largos, con un máximo de 7c en una secuencia protegida por clavos. Rebautizaron la vía como Regalo de Díaz por considerar que se habían introducido variantes sustanciales en el trazado. El halo de confusión que rodeaba a esta cordada que empezaba ya a experimentar con sus EcoSpits, preparaba sus aperturas colgándose desde arriba y rebautizaba rutas ya existentes, proporcionó el escenario perfecto para que los escaladores locales que no podían (ni querían) creer en aquel encadenamiento, comenzaran a denostar la ascensión.
La Polémica
A principio de 2000 la ruta fue completamente equipada con parabolts por escaladores que formaban parte de la humilde élite Alicantina en lo que a escalada tradicional se refería. Un acto controvertido que agradaba a casi todos, desorientaba a algunos y dolía a muy pocos, entre los que se encontraban los aperturistas. La polémica saltó inmediatamente a los foros cibernéticos donde tecnócratas del alpinismo y adoradores del taladro se sacaron los ojos, a pesar de que muy pocos conocían la pared y ninguno había escalado la ruta.
Unas semanas después de aquel discutido equipamiento, 4 escaladores de Elche decidieron realizar una “escalada protesta” repitiendo la vía sin utilizar ninguna de las chapas añadidas. En el Refugio de Sella se creó cierta expectación y un grupo (entre los que yo me encontraba) siguió aquella ascensión con curiosidad. La progresión, en artificial, era lentísima y hubo quien se dedicaba a calcular y retransmitir la velocidad media de estos “baluartes de la ética” como se les llamó. –Ahora van a 8.7 m/hora… Suben a 10 m/h…vuelven a 8 m/h…Hagan sus apuestas señores, hagan sus apuestas!
Escuchar aquella retransmisión a modo de subasta pública fue divertido y a la vez dramático. El sonido continuo de la maza pitonando y despitonando, revolvía las tripas de los espectadores que eran en su mayoría escaladores deportivos. Aquel valiente gesto de protesta de la cordada ilicitana se había convertido en un traicionero boomerang sin otro objetivo que sus propias narices, ayudando a decantar la opinión de los más dudosos hacia la parabolización.
La Chapa Negra
Cuando escalé la Taula por primera vez, hace más de 8 años, pude comprobar que las palabras de Armand se habían quedado cortas. ¡Se trataba de una vía única! Encadenarla con la protección ofrecida por las chapas era un verdadero reto.
La idea de escalarla en libre, sin utilizar nada de lo nuevo ni de lo antiguo, empleando sólo empotradores y friends, brotó de repente, sin previo aviso. Como una verruga que no deja de crecer y que no puedes dejar de manosear en todo momento, aquel proyecto demencial me acompañaba a todas partes y mantenía una pequeña parte de mi cerebro en continuo funcionamiento. No recordaba absolutamente nada de la ruta salvo su magnífica calidad y no tenía ni idea de si se podría proteger con material flotante. Tampoco tenía la mas remota idea de si era posible montar reuniones con ciertas garantías sin utilizar ni las chapas ni los clavos originales. Charly, adicto a los retos imposibles, se sumó a esta empresa de final incierto y a mediados de septiembre, con un calor de mil demonios, salimos hacia el Divino cargados con todos lo friends y fisureros que habíamos podido conseguir.
Charly se encargó de intentar el primer largo. Su avance era continuo y las protecciones parecían quedar bastante bien hasta llegar a una bavaresa muy forzada a unos 4 metros del final del largo. Empezó a resoplar con los pies completamente en adherencia y se hacía evidente que no tenía opciones de buscar un punto de aseguramiento ya que la incómoda postura apenas le permitía echar la mano al porta-materiales del arnés. Tras un largo rato de retorcimientos, lamentos y respiraciones de yoga, Charly calló. La cosa empezaba mal. Una vez en la R1 se volvió a bajar al suelo y sacó todos los seguros instalados para dejarme probar suerte. Comencé a escalar nervioso y cuando llevaba apenas 7 u 8 metros me encontré con un paso tontorrón, de esos que te hacen dudar entre seguir escalando o irte al bar a tomar unas cervezas. A unos 15 metros de suelo la vía cogió verticalidad y empezó a castigarme los brazos de los lindo. Colocar un friend se convirtió en una labor de contorsionismo y la entrada a la reunión fue absolutamnete desesperada, con las manos escurriendo por dentro de una fisura de dedos patinosa y desplomada.
Tras descansar un buen rato en la reunión e intercambiar impresiones, decidimos seguir para arriba con muchas dudas sobre si aquel sueño estaba a nuestro alcance. Comencé el largo de 7a con nerviosismo. No tenía ni idea de dónde podría colocar protecciones , pero sabía que la única posibilidad era escalar tranquilo y buscar siempre la mejor postura. En este largo la fisura aparece y desaparece y opté por colocar los friends en los mejores emplazamientos aunque eso supusiera perder algún agarre. Subía, bajaba, cambiaba de mano, me equivocaba una y otra vez al seleccionar el material pero estaba relajado y feliz. Me abstraje de tal modo que en ningún momento fui consciente de que había chapas en la pared. Cuando Charly se reunió conmigo todo eran emociones. Nos sentíamos más que satisfechos y a punto estuvimos de bajarnos y dejar el resto de la faena para otro día, pero al final decidimos atacar al tercer largo, graduado de 7b. No recordaba sus movimientos pero sí que lo más duro estaba al final.
La salida de la reunión fue un poco delicada y sólo pude colocar el alien verde en una ranura sucia. A unos 7 metros encontré un reposo donde pude encajarme y recuperarme casi al 100 %. Continué progresando por una fisura de dedos magnífica que se fue estrechando hasta prácticamente cegarse: me encontraba en la sección de 7b. Intenté relajarme y colocar la pieza adecuada ya que los siguientes metros parecían muy difíciles de proteger. Al cabo de unos minutos pude colocar un pequeño fisurero y salí zumbando para arriba sin darle más opciones al ácido láctico. Prácticamente lo había conseguido cuando los nervios se apoderaron de la situación y me puse a temblar como un perro enfermo. El último seguro estaba unos 3 metros por debajo de mis pies y no podía colocar nada más. Seguí escalando por unas pequeñas regletas y llegué a ponerme de pie en la repisa sobre la que se encuentran las chapas de la R3. Me encontraba en una placa compacta y era imposible montar una reunión flotante. Lancé varias veces un aro de cinta con la intención de enganchar una pequeña laja pero la suerte me había abandonado. Sólo me quedaba saltarme la reunión y seguir escalando sin poner seguros hasta llegar a una buena fisura situada a la derecha. Mi hermano Kike, que estaba grabando toda la ascensión no paraba de mover la cámara, ensayando la trayectoria que tendría que hacer para filmar aquel imponente vuelo. No le di ese gusto.
El último largo le correspondía a Charly. La roca no parecía tan sólida como en el resto de la vía y la reunión, sin ser mala, no estaba preparada para aguantar grandes barrigazos. Con las últimas luces y entre gritos de júbilo, fue ascendiendo los 15 metros de 6b+ que nos separaban del final de la pared. ¡Lo habíamos conseguido!. Sin darnos cuenta las nubes habían cubierto todo el valle y sobre ellas, como la cresta de un dragón, asomaban los Castellets y las cumbres del Puig Campana. Colocamos la cámara en el trípode y nos sentamos a contemplar el lento movimiento de las nubes concentrados en exprimir aquel momento al máximo.