Javier Selva

Un pingüino en el desierto (La presentación)

Así es como me siento. Después de tantas expediciones a lugares fríos y llenos de hielo ahora toca cambiar de tercio. Nos espera el sur con sus arenas, con sus colores cálidos. Hoy mismo salimos camino de Mauritania dentro de un viejo todoterreno a enfrentarnos con un mundo tan diferente de las tierras del norte que tantas veces he recorrido.

Vamos a intentar rodar un documental sobre gente que tiene cosas que decir y que están construyendo, en silencio, despacio, un mundo mejor. Ahora que el pesimismo lo invade todo, ahora que todo es negro en este país que apenas reconozco, mi mirada se vuelve al Sur.

Recorreremos casi 4.000 kilómetros (y otros tantos de vuelta) en dirección rigurosamente sur, intentando demostrar que, aunque suene a perrroflauta, no todo está perdido. Si queréis acompañarme de nuevo en esta peregrina aventura podréis hacerlo en mi blog que intentaré mantener actualizado.

Y por si alguno piensa que me he iluminado más de lo que ya estaba con esto de viajar al sur, os dejo unas fotos y un pequeño texto de mi último y refrescante viaje a la costa este de Groenlandia, a un poblado Inuit, el pasado mes de Abril. Nada mejor para empezar un blog sobre un viaje a la cálida Mauritania que unas fotos de Groenlandia ¿Quieren volvernos locos? pues se lo vamos a poner fácil…

Los tonos de la tarde ya habían transformado la nieve en algo confortable, era casi amarilla. Nuestro guía Inuit, que algo debía haber visto de salvaje en mí porque el resto no lo hicieron, paró el trineo y me cedió su puesto en la parte delantera. Tengo que reconocer que sentí una ligera inquietud, había visto los días anteriores cómo se comporta un tiro de doce perros cuesta abajo. Me senté justo detrás de los perros y a una orden del guía salieron disparados cuesta abajo. Delante de nosotros teníamos una bahía presidida por un gran iceberg y los tonos de la tarde sobre la banquisa helada y el paisaje hacían que el entorno pareciera un poco irreal.
Tardé unos segundos en perder la tensión propia de la situación. Después llegó la felicidad. Hombres, animales, paisajes. Salvajismo en estado puro.
Los perros a duras penas lograban mantenerse por delante del trineo que con la pendiente se deslizaba como por un tobogán. La nieve que levantaban con sus patas golpeaba, a veces con demasiada fuerza, mi cara. Los perros corrían felices a la máxima velocidad posible, iban olfateando la proximidad del hogar. Y entonces se produjo uno de esos momentos que a mí me gusta llamar “otra foto” pero de las que no se registran con la cámara.
La nieve, el sol, los perros, la sensación de plenitud, de comunión con la naturaleza que te rodea y los recuerdos. Fui feliz, muy feliz.

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