Javier Selva

El desierto de patatas fritas

Dice mi compañero, ahora amigo, Javier Legarra, auténtico protagonista de esta chaladura, que hoy pasaremos por un Desierto de Patatas Fritas. Yo le miro y pienso que esto de vivir doce años en Mauritania necesariamente tiene que hacer que a uno se le vaya la pinza. Se lo digo. Él me responde con absoluta seguridad: “quizás no sea de patatas fritas, pero de cortezas, seguro” (¿?)

La verdad es que ya no me extraña nada. Son esas cosas que me pasan a mí y que cuando las cuento el personal piensa que me las invento. Llevamos más de 700 kilómetros en el desierto del Sahara lloviendo a mares. En serio, lloviendo como si fuera Asturias. De hecho nuestro coche hace aquaplaning en la carretera cada cierto tiempo y tenemos que conducir con la máxima atención.

Pasamos por lugares que me suenan de tiempos en los que coleccionaba sellos (es acojonante que alguna vez me pudiera interesar la filatelia): Sidi Ifni, el Aaiun, Dakhla, la antigua Villa Cisneros. Son las piezas que componían lo que antes era el Sahara Español. Si no fuera porque a la mayoría le puede parecer que soy más viejo de lo que soy en realidad, tendría que decir que tengo amigos que hicieron la mili en alguno de estos lugares. Y compañeros de clase y familiares que nacieron y vivieron en estas ciudades. Lo cierto es que a día de hoy nada recuerda que los españoles estuvieran aquí (¿pero estuvieron de verdad?). Cuando vuelva a Madrid revisaré algunos de esos sellos que aún conservo para ver como eran las estampitas del Sahara español o de Fernando Poo.

Voy durmiendo en el asiento del copiloto y de repente me despierta la voz de Javier:
-Mira el Desierto de Patatas Fritas.
-La verdad es que a mí me parece más de cortezas.
-Bueno como tu prefieras…

Creo que me da la razón por no discutir, pero en el brillo de sus ojos se ve claramente que, para él, es mucho más un Desierto de Patatas Fritas que de cortezas.

Después de tantos kilómetros viendo llover en el Sahara ya casi todo me parece posible y quizás tenga razón y esas dunas sean como patatas, cortezas o frutos secos. Pero lo cierto, escuchándole, es que uno entiende como se puede caer enamorado de un paisaje hostil y desolado, desierto y agrio. Doce años de la vida de un hombre es mucho tiempo y solo por amor se puede ver en estas tierras Desiertos de Patatas Fritas. Realmente los españoles estuvieron aquí y dejaron muchas huellas.