Escribo este último texto de “Un pingüino en el desierto” desde mi estudio de Madrid, intentando una vez más que, como dicen los indios Pieles Rojas, mi alma sea capaz de alcanzar a mi cuerpo que en estos viajes va demasiado deprisa. Decían los indios que viajaban despacio, pudiendo ir más deprisa, para que el cuerpo y el espíritu caminasen al unísono y no fuesen desacompasados. En viajes meteóricos, y más si son realidades tan distintas a las nuestras como este último a Mauritania, necesariamente tenemos que esperar a que regrese nuestro espíritu que por fortuna gusta más de la contemplación. Claro que también puede ocurrir que no regrese nunca y nos toque vivir como el conde Drácula que no se reflejaba en los espejos o el protagonista de la película El Hombre sin Sombra.
Dice Patxi que algo bueno nos espera, que si no ha llegado aún nuestra hora es porque todavía tenemos cosas importantes que hacer. Curiosa reflexión que seguramente compartirán todos los hombres que son conscientes de que su vida llega a su fin. Celebramos el cumpleaños de Patxi en un lujoso restaurante de un hotel de Marrakech. Como no podía ser de otro modo tomamos un Dry Martini. Lo más curioso es que tan solo cumple un día. Quien lo diría viendo su cabeza llena de canas. Hemos necesitado 28 horas seguidas de conducción y 2.500 km recorridos en turnos rotativos de dos horas al volante para poder entender que uno esta vivo con la misma facilidad que deja de estarlo.
Pasó a la salida de Nuanchok, la capital de Mauritania, muy temprano. Por suerte. Podía haber pasado al final de cualquier día cuando más cansancio y kilómetros se acumulaban en nuestros cuerpos entumecidos por las interminables horas de coche. Pero fue temprano, casi al alba, cuando pasan las cosas importantes y dramáticas (que diría Aute).
Hace mucho tiempo leí un relato de Pérez de Tudela en la segunda ascensión española a la norte del Eiger que él realizo. En un momento dado su compañero Carlos Romero resbala y cae al vacío. Es el fin. Pero la cuerda se tensa y él detiene la caída. Una escena mil veces repetida que casi siempre acaba en tragedia. Pero la cuenta de una manera que es toda una lección de vida, dice algo así como: “ la caída ha sido detenida, la tragedia se convierte en una anécdota más de la ascensión”. Genial ¿verdad?
Entre dos camiones humeantes aparece un Mercedes destartalado que a toda velocidad, como nosotros, se nos viene encima. No hay arcén en estas carreteras, ni la posibilidad de apartarse. Intento frenar esta mole de 2.500 kilos de peso que se dirige al desastre a 100 km/h. Nuestro coche comienza a dar bandazos incontrolados.
Patxi, con el Dry Martini en la mano, muchas horas después mientras celebra su cumpleaños, de solo un día, me pregunta:
– Y tú ¿qué pensaste durante ese último momento?
Yo reflexiono unos segundos y con sinceridad le respondo:
– Estaba valorando si el impacto sería menor o mayor contra el camión o contra el turismo…
Él me mira y sonríe. Sabe, como yo, que, en cualquier caso, el choque frontal hubiera sido mortal de necesidad.
Yo también le pregunto:
– Y tú ¿en qué pensaste?
– En nada, solo acerté a ver un coche negro a pocos centímetros del nuestro lleno de una cantidad indeterminada de negros. Solo ví grandes ojos blancos que me miraban con pánico y destacaban sobre el negro que todo lo llenaba.
Me pasa a menudo. Supongo que para eso vale la poesía para iluminar los momentos cruciales de nuestra vida. Me pasa a menudo que versos sueltos acuden a mi cabeza y llenan de estética incluso los momentos más duros. Escuchando a mis amigos recuerdo los versos de Cesare Pavese (siempre los poetas malditos):
“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto…”
El mortal choque frontal ha sido evitado, la tragedia se convierte en una anécdota más del viaje. Otra muesca en el revólver. Otra más. Pienso que, incluso en los desiertos, la montaña siempre es una lección de vida. Nos ayuda a seguir cumpliendo años cada vez que volvemos a nacer.
Ya recuperados de ese incidente, mís adelante vio Don Quijote a unos frailes de la orden de San Benito y a unas damas que venían en un coche por el mismo camino, mís no con los frailes, sin embargo Don Quijote creyó ver a unos bandidos disfrazados que habían secuestrado a las damiselas.