Para Fernando Marne “Nandoti” in memoriam.
Para Oscar y sobre todo Marta que se le iluminaban los ojos hablando de mi amigo.
Esto de revisar los archivos fotográficos antiguos es lo que tiene. Cuando uno se enfrenta a las hojas transparentes llenas de diapositivas de hace tantos años, lo hace de una manera especial. Por muchos motivos. Uno por la falta de costumbre de tratar, después de tantos años, con esto de las diapositivas. Ya no tenemos mesas de luz, ni visores, ni ná de ná que nos permita mirar con naturalidad una transparencia. Uno busca con ansiedad una ventana, una lámpara o un punto de luz que necesariamente nos proporciona una imagen de la diapositiva siempre diferente. ¿Cómo era esa foto? ¿ese tono magenta o cian es suyo o son los años o la luz de la cocina sobre la que la estoy mirando….? Pero eso no es grave, las imágenes del pasado siempre están distorsionadas y llenas de dominantes. También en nuestros recuerdos.
Lo peor no es eso. Lo malo es que nos devuelven las imágenes de “los Otros”. Decía Bettembourg que cuando miraba la foto de un grupo de amigos alpinista en la que aparecían algunos que habían fallecido, era como si un arquero estuviese disparando sobre una diana. En un ataque de pesimismo gigantesco pensaba que, sin poder moverse, las flechas iban dando, uno tras otro, en sus compañeros. Y su conclusión era que, tarde o temprano, una de esas flechas sería para él. Murió en 1983 en los Alpes, a los 32 años, mientras buscaba cristales de roca poco después de escribir esto.
Acabo de volver de un taller de fotos en las Islas Lofoten, en Noruega. Ha sido una experiencia intensa, visual y humana. No siempre ocurre, pero a veces el paisaje sirve de pócima alucinógena y afrodisíaca y actuando como un narcótico ejerce sobre la gente un efecto que hace que la realidad sea embriagadora. Eso paso este año en Lofoten. En una de las interminables charlas con dos de las personas que participaban en el taller, de León, tuve la desagradable noticia de que mi buen amigo Fernando Marne, Nandoti, había fallecido. Fernando era uno de esos amigos que se hacen en la montaña y con los que se crea un vínculo que la distancia y el tiempo no logra romper. De los que acabas sabiendo por amigos comunes o por las reseñas de sus vidas en las revistas o en Internet.
Siempre le recordaré en la cima del Huascarán con aquel chubasquero largo, que llamábamos kagul, mientras nos hacíamos una precaria foto de cordada en la cima, en el año 1989. De cómo era Nandoti, de él y el personaje que había creado con los años, solo tenéis que preguntar a los muchos que le conocieron. Yo le seguía, como se sigue a estos personajes, por su leyenda.
Al enterarme de su muerte casi no sentí ni pena. Para mí Fernando ya era parte de esos recuerdos que, como dice Bono (sí, sí, José Bono, el de Castilla La Mancha), me ayudan a vivir. Pasamos un buen rato recordando las andanzas del personaje y yo contando como fue el encuentro con Fernando deambulando por las calles de Huaraz en aquellos años de apagones, senderos luminosos y juventud precaria. Todo un homenaje póstumo a un personaje que vive después de muerto.
Vuelvo a poner patas arriba mi archivo fotográfico buscando imágenes de Bolivia, de cuando el mundo eran transparencias magentas del año 1991. Repaso parte de mi pasado y de un país que sin duda ya no será así. Estoy preparando un nuevo experimento fotográfico, esta vez en Bolivia (http://javierselva.es/destacados/?p=878). Quiero regresar a un país que me hizo feliz y del que sé que podremos sacar muchas experiencias visuales y humanas.
Y de repente, en una de las diapositivas aparece Fernando, Nandoti. No puede ser, no recordaba haber estado en Bolivia con él, hace tan solo unos días repasé con sus amigos de León nuestro historial conjunto, y esto no estaba. Pero no creo que las fotos mientan. Fuerzo un poco mi memoria (este Alzheimer me va a matar). Poco a poco los recuerdos comienzan a dibujarse en mi cabeza. En efecto sí que estuvimos juntos, y escalamos el Condoriri y el Huayna Potosí. Y ahí está, en mis fotos, como si no pasase nada. Se me pone la piel de gallina.
Son “los Otros”, los que están en nuestras fotos, en nuestras cartas, en nuestros recuerdos, pero ya no están. Cada vez entiendo más a las tribus que piensan que si te fotografían te roban el alma, te hurtan la posibilidad de morir de verdad, con el olvido.
Como una gran diana, veo mi archivo fotográfico lleno de flechas que han hecho blanco. Y no solo por los que ya no están. También por los que estando no reconozco y es como si no estuvieran. Y yo entre ellos, como diría Gil de Biezma: “Ahora que de casi todo hace ya veinte años”.
Pues eso, y mucho más, son nuestras antiguas diapositivas…
En mi pasado también figura el “cagul”, los “dum-dum”, los universales de Faders. [Rezagamos, más que un tiempo, a un cadáver, que, en el sitio de la memoria (será corte, digo yo), intriga y malmete. A mí me mira Josemi con cara de guasa, me ha cargado con su posteridad, y me tambaleo.]
Me ha gustado leer su texto.