James Morris acompañó, como corresponsal del Times, a la Expedición Británica de 1.953, y fue el encargado de transmitir al mundo la noticia de que Hillary y Tenzing Norgay habían puesto sus pies en la cumbre mas alta de la Tierra. Para preservar la exclusiva, lanzó la noticia con una frase en clave, que al llegar a Londres significaría que habían logrado la victoria.
Su libro La coronación del Everest, es un hermoso relato de aquellos días en los que todo parecía ser más sencillo, aunque puede que esa sensación sea un engaño y otra mala pasada del tiempo transcurrido. Si no me equivoco, fue su única relación con el alpinismo y me cuesta poco trabajo imaginarle -entre sorprendido y fascinado- frente a las gigantescas montañas y glaciares que pueblan esa esquina, aún entonces poco frecuentada del mundo.
Hasta que falleció el año pasado, Morris siguió viajando y escribiendo, tal vez sintiendo esa borrosa intranquilidad del pensamiento -esa inquietud vibrando en el fondo del cerebro- que alimenta el progreso y la evolución, así como la curiosidad por conocer el mundo.
Seguramente nadie le dijo que su pasión por la vida era contagiosa y que su propia existencia sería fuente de inspiración para tantos y tantos amantes de la libertad, porque fue su propia peripecia vital, el viaje más importante de todos los que hizo.
En 1.972 se sometió a una cirugía de reasignación de sexo (ésta parece ser la forma mas correcta de expresarlo) y se convirtió en Jan Morris. Según declaró, siempre se sintió como una mujer prisionera en un cuerpo de hombre. Pero, hasta su muerte, siguió compartiendo su vida con Elizabeth Tuckniss, con quien se había casado en 1.949. En una entrevista que concedió a Paul Theroux contó que desde hace mucho, tenían en el jardín de su amada tierra galesa, un lugar en el que poder descansar juntas bajo la inscripción
HERE TWO FRIENDS
AT THE END OF ONE LIFE
Echo de menos su biografía en castellano, algo que también me sucede con otras damas relacionadas con la montaña, como Anne Lister -primera mujer en el Vignemale y en el Monte Perdido, pero de quien sólo suele contarse su valiente y difícil vida como lesbiana-. Se me ocurre que tal vez, EDITORIAL DESNIVEL pudiera prestarles atención -tal y como lo hizo con Miss Hawley La guardiana de las montañas-. Leer acerca de sus vidas, a menudo azarosas y complicadas, invita a pensar en que hay otras maneras de hacer, otras formas de ver el mundo, y que es bueno abandonar la intransigencia, aunque sólo sea como homenaje a la fascinante complejidad del ser humano.