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La noche estrellada

Ladra, ni siquiera lejos, en la casa de al lado.

Parece ladrar todas las vidas perras, el daño, las heridas, el hambre, el miedo… Pero diría, por su insistencia y su tono, que sobre todo ladra de soledad, como casi siempre sucede. ¿Quien quiere estar solo en una noche de verano como esta?

Mucha gente anda acompañada y eso da cierta calidez pero no aplaca la soledad.

Y continúa ladrando.

Le oímos desde nuestras camas cada noche, mientras dialogamos con nuestros insomnios, o nos dormimos o nos desvelamos… ahí sigue…

Yo me acomodo en esta casa como si fuese la mía. Hago míos hasta los ladridos del perro de la casa de al lado. No hay nada como el incondicional hogar de quien te quiere sin condiciones.

Me levanto y salgo a la calle y todo guarda un silencio de muerte, todo salvo el ladrido con su cadencia tan conocida. Le busco, le encuentro, le sigo y ahí está, tras la valla, en una casa normal, sin nada por lo que ladrar tan desconsoladamente, como casi siempre sucede.

Y le hablo un rato pero no parece querer tenerme cerca así que vuelvo a mi cama normal, como la suya, y me tumbo acompañada, como él. Ladraría de soledad y de miedo y de todas las heridas. Me acurruco y dejo que el sonido de sus ladridos me acune, no estoy sola mientras él siga quejándose.

Cada noche nos encontramos. Parece que ladre para mí, y vamos contándonos:

El día que vas al ginecólogo la vagina parece que se prepara para la visita no deseada ¿Cuántas visitas no deseadas hay que soportar en una vida? Quisiera ladrar aquí espatarrada, sin nadie que me mire a los ojos cuando me habla, pensando en mis flujos y mi coño, pero callo paciente, como una insoportable niña buena, deseando que llegue la noche.

Antes de la noche llueve y la pared mojada no me deja que derrame sobre ella todo lo que me sobra del mundo. Así que volvemos al mundo del que renegamos condescendientes, y nos lo derramamos sobre la acera mojada, de la mano, pasando por edificios decrépitos que antaño visualizaron fuegos artificiales. Esta noche, desde la azotea, verán el meteorito caer para incendiarlo todo.

Y en su coche de colores cada día suena “ya no me divierto pienso algunos días, y al otro día no hay sol que me acueste” y la banda sonora nos acompaña en las acciones rituales que nos unen, camino de un lugar donde solo vale la pena el zumo natural y las palmeras de chocolate.

—Imposible que algo sea natural en estos largos pasillos.

—Sí, sí, veo la fruta derretirse en la máquina.

No puede ser que esté conversando  con el perro de la casa vecina a cerca del día que compramos una cesta de picnic. Y así, sentadas en un poyete a la sombra del edificio (Que no, perro, los árboles estaban fuera, al otro lado del cristal) nos tomamos el zumo, la palmera y volvemos cantando a todo trapo para seguir buscando mesas mágicas entre escombros. No importa, me gusta buscar a su lado.

Sumergirme ummmm con una sirena valiente o con un sireno que disfruta de su libertad, subido a la silla con la que vive mil aventuras y le echo de menos antes de irse, deja dentro nostalgia de su presencia y cierto remordimiento ¿por qué no pasaré más tiempo a su lado?

Por suerte caminar por el camino de las jaras acompañada de mi otra madre, hace que los remordimientos sean una obscenidad y en cada paso se perdonan egoísmos y derrotas y el ombligo -aunque grande y demasiado luminoso- no olvida el cordón… (Qué bonita la sierra desde aquí). Y al frescor de los grillos sacamos la famosa cesta y nos marcamos un picnic.

Una lenteja crece y late como un caballo desbocado de vida. Y aún así el perro ladra ante la evidencia de la vida que crece.

—¿Qué opinas ?

—A mí me ilusiona la vida.

—Desde ya va camino de la muerte…

¡Maldito perro!

—Eso me alegra y me conmueve… desde el principio es un camino de dirección única, y se nos olvida buscando los atajos…

Enmudece un instante ¿estará pensando en mi reflexión o habrá escuchado moverse al ratón?

El perro sigue ladrando, aunque no hay motivo, ha salido el sol, pálido tras las nubes que anuncian que ya no es tan grande el verano… Al alba siempre calla, pronto alguien le sustituye, para la queja sobran voluntarios, (sonríe ante mi comentario con sonrisa canina).

—¿A ti también te hubiese gustado que alguien soñara contigo esta noche? pues ya somos dos.

No vio las estrellas caer con la espalda mojada de hierba. Así que hoy ladra y ladra y pienso que igual, como me sucede a mí, ya siente nostalgia del verano.