Le gustaba la niña que inventaba un maravilloso mundo a través de una madriguera, o que logró entrar a una dimensión diferente de flores hablantes a través de un espejo. No le fascinaba tanto por las maravillas que le sucedían por fuera sino por todo lo que se le movía por dentro: esquemas, prejuicios, dogmas, todo lo que parece colocado de una manera y decide colocarse de otra ¿por qué no? desde la naturaleza de las normas sociales hasta la existencia de la no existencia.
Para ella representaba a una persona que está en conflicto con su mundo, vive un momento de indecisión, no tiene nada claro en su vida. El conejo le muestra que hay algo dentro de sí misma que debe despertar. Se sentía identificada con esa joven mujer que tiene al mundo ante ella, lista para navegar, y que para poder encajar sufre cambios. Y parecía querer decirla ¡prepárate para cambiar querida, una vez más! Y a Ella se le prendía una llama de algo ¿curiosidad? ¿Confianza? ¿Aventura?
Pero claro eso no tenía nada que ver con ir a un macro concierto y que la mayoría se lo pasasen viviéndolo a través del móvil, eso no era para ella traspasar el espejo, sino fugar el presente en una búsqueda de compartir lo incompartible, de encontrar el paraíso artificial en algo tan poco artificial como justo lo que se está viviendo. Con esa ansia de no perdernos nada, de que nadie se pierda nada, de que perdure. Pero a Ella le gustaba lo que no necesariamente tenía que perdurar, sino que duraba lo necesario y luego…volaba.
Le gusta este folio en el que escribe porque tiene un final. Le gusta todo lo que tiene un final y hay que dosificar, intensificar, emplear de manera consciente y cuando afirman que no hay garantías le entran ganas de reír y decir con tono desagradable: «Te garantizo que al final la palmas y yo también ¿no te basta?».
Quería seguir esa búsqueda por lo no convencional. Una búsqueda por lo que está más allá. Atreverse, aunque nos llamen locos, a ir al otro lado de la convencionalidad racionalista de la sociedad moderna. A cruzar el espejo.
Y pasar a un mundo que es a la vez atrayente y repelente, misterioso y profundamente absurdo. Un mundo propio y ajeno.
Pero ahora se ve en un tren petado de gente que se consume, les mira intentando no hacerlo con la violencia de sus ideales recalcitrantes, pero es difícil mirar despegándose de sí misma, y además tiene una necesidad tremenda de ser gamberra. De transgredir lo establecido, provocar, liarla, joder el baile … de gritar a todo trapo «¡queréis dejar de mirar fuera todo el rato! ¡no entendéis nada de lo que lleváis dentro! ¿Qué tal si le damos la vuelta al espejo?» Y Ella, al dar la vuelta a su espejo, se siente mezquina, se siente asustada, se siente sola… la vida deslizándose y Ella mirándose en un espejo de mierda. Le entran ganas de saltar del tren…
El adolescente que ocupa el asiento de al lado se come las uñas con tanto ímpetu que parece que se vaya a quedar sin dedo… le gustaría abrazarle y decirle, quizá, algo parecido a… «tranquilo, hay un salón delante del espejo y otro detrás. En el de detrás todo funciona al revés, la realidad se ha invertido y Alicia se siente extraña, tiene que interpretar cada cosa por primera vez. ¿Quién no se siente como Alicia alguna vez al día? Podemos ser héroes por un día y bebernos el tiempo… aunque los héroes que nos cantaban ya se hayan ido».
Como no se atreve a hablar mira por la ventana, su reflejo y lo de fuera. En la niebla absoluta las bandadas de pájaros se mueven sin saber muy bien cómo, ni a dónde, como si fueran la única parte viva de un paisaje muerto, los árboles desnudos bailan como esqueletos de este flojo invierno. Le viene la frase de Alicia:
«Me pregunto si será por amor por lo que la nieve cae tan delicadamente sobre los árboles y campos».
No espera respuesta. Solo el amor, que cae tan suavemente. Solo la nieve que no llega.