Había un lugar que nadie conocía.
Ella tampoco… o si lo conocía era de esos sitios misteriosos por donde has pasado una vez y te han cautivado, allí has vivido una hermosa experiencia: un beso, una despedida lanzada al aire… pero que por mucho que lo buscas en mapas, calles, fotografías ya nunca lo vuelves a encontrar. ¿Existió? Y como ha perdido todas las respuestas (Ella que creía que sabía mucho sobre sí misma) solo puede seguir dudando…
Paseaba descalza por ese lugar. A veces desnuda. En ocasiones acompañada por una Amiga justo después de la lluvia mientras la ciudad duerme. O con Él mientras la luna habla con el mar de esos secretos que luego cuenta el viento. O en una cabaña perdida sobre un valle de paredes de roca donde encuentra el refugio necesario, más entre sus mujeres que bajo su techo.
Se preguntaba (justo mientras hacía la maleta) por qué el mundo se había convertido en una especie de gran hermano que todo lo ve, y observa la vida ajena y necesita que se comparta la propia.
Una esfera, en un universo, donde los que inventan las maneras de hacer crean mordazas en lugar de alas. Un mundo.
Solía soltar frases del tipo “tododependedecómoseuse” confiaba en esa frase pero había algo dentro de Ella (quizá ese lugar al que no recordaba cómo volver pero que realmente le había resultado hermoso???) que intuía que lo uses como lo uses cuando existe ya no se puede no coexistir con ello y eso inevitablemente convierte el mundo en algo distinto y a ti en alguien diferente como pieza de ese mundo. Da igual si mejor o peor, no le gustaba hablar de mejor o peor, sabía que esas etiquetas variaban con el tiempo y envejecían mal y eran muy chaqueteras y no describían realmente nada de lo que sucedía. “Antes era mejor” antes de qué? Mejor que qué? En relación a qué? Para quién? Pero sí le gustaba decir: «antes no poder comunicarnos en la distancia hacía de las cartas un salvoconducto hasta tu corazón». «Antes cuando quedábamos en la plaza a las 3 tenía que estar porque quizá no habría otra oportunidad» y la gente se buscaba por las calles y cogían los trenes equivocados… esos que en ocasiones te llevan donde deseas ir.
A Ella le gustaba aquello que solo sucede una vez. Ni siquiera hay que repetirlo ni fotografiarlo ni contarlo… solo vivirlo con la fragilidad que se merece.
Ahora se sentía muy frágil, incapaz de vivir lo que le tocaba vivir.
Así que se guardó el secreto no fuese a cambiar de dirección al pronunciarlo al escribirlo al… En su estado solo ponía: en paradero desconocido.
Pensó en mandar una carta. Pero no tenía dirección donde mandarla ni tampoco remite.
Estaba muy mal visto no contestar mensajes que efectivamente había recibido hacía días o no coger el teléfono a pesar de que sonara insistentemente… pero es que ese lugar era donde a Ella le gustaba viajar. Un país inaccesible y plagado de paisajes, de silencios y sonidos, de olores… sin intromisiones ni fugas.
Ella era la chica de la sonrisa blanca que pasaba por delante… hace mucho tiempo antes de que los lugares cambiaran de forma y los dolores lo emborronaran todo. ¿Era esa chica? ¿Ella?
Quisiera viajar a ese lugar desconocido en el que Ella era otra Ella y lo demás estaba por pasar.
Necesitaba adentrarse también en el dolor porque le decía mucho de quien era, de donde estaba y de todo el camino que le faltaba por recorrer.
Y no hay suelo… esa era su única certeza ahora.
Nada a lo que agarrarse.
Un abismo bajo los pies.
Descubrió que vivir sin suelo tiene sus ventajas: ya no importa lo grande que sea el salto porque no hay ningún lugar al que caer. Y las volteretas pueden ser infinitas y removerte las entrañas y ponerte los pelos de punta (todos los pelos de punta) y desacomodarte y desmigarte. Y algo te conecta a la vida de manera muy intensa… una toma de tierra invisible.
También tenía sus desventajas: una textura a tientas que quizá tuviera algo que ver con lo de desmigarte… con la falta de solidez que alimentaba lo gaseoso y voluble de los sin suelo. Y también Ella al perder pie se redescubre una parte monstruosa y ruin y rota… el ogro que se escondía bajo la cama, ahora sin suelo no sabe dónde esconderse y sale no a comerse la oscuridad sino a zamparse la luz.
Entre tinieblas, a tientas, devorada, sin cacharro con el que avivar su nomadismo ya solo busca una cabaña perdida, desconectada pero bien acompañada, una casa familiar… y entonces el coche ambulante se convierte en un hogar cambiante… y como no hay suelo ni está en ningún lugar que pueda compartir solo va hacia arriba (cuando no hay suelo no está implícito que no haya techo) por las rocas, o hacia dentro en el agua.
Ahí sí se deshace en burbujas que depende de quien las mire pueden parecerse a besos a lágrimas o a mundos diminutos.
Una respuesta a «En paradero desconocido»
Mientras hay gente buscando las respuestas que perdió, otros buscan paraderos desconocidos donde todo estaba aún por pasar.
Mientras unos deciden hacer saltar la parte que no les gusta de su vida por los aires otros eligen seguir dudando.
Mientras muchos ven la vida pasar atónitos porque nada encaja otros deciden que pieza quieren ser en este mundo.
Mientras donde unos ven burbujas de aire, otros adivinan mundos diminutos.
Mientras unos llenan su vida de estereotipos absurdos otros cogen trenes equivocados que los llevan a los lugares donde anhelan ir.
Mientras unos se sienten frágiles por que el suelo desaparece bajo sus pies otros nos maravillamos con esos mundos, no tan diminutos, que son capaces de crear.