Mi montaña….tal y como Eider Elizegi titulaba su libro. Ella compartía con nosotros su estancia en el refugio de Gouter, el antiguo, estratégicamente situado en el macizo del Mont Blanc. Resulta curioso observar como somos muchos los que nos enamoramos de una montaña, los que sentimos auténtica pasión por una cumbre en especial, y mas curioso resulta cuando entre montañeros lo ponemos en común y aparecen conversaciones de una profundidad inusitada. El romanticismo del alpinista creo que es sobradamente conocido a nivel mundial. Los grandes nombres nombres de la montaña, como Saussure, Rebuffat, Bonatti, Ichac, Frison-Roche o Whymper y mas recientemente Simone Moro o el propio Reinhold Messner han escrito páginas y páginas de memorias y recuerdos donde sus cumbres se convertían en el motor de sus vidas, llegando incluso a marcar su evolución familiar. Quienes nos consideramos alpinistas mucho mas humildes o sencillos, también tenemos nuestro corazón y nuestra alma, capaces de extraer la esencia alpina que nos mueve a volver una y otra vez a nuestras cumbres. A nivel personal, encuentro en el Matterhorn ese motor, ese imán, esa necesidad de verlo una y otra vez, de subirlo, de tocarlo, de mirarlo, de sentirlo, de admirarlo…
¿Qué es lo que nos mueve hacia una cumbre en especial?, ¿qué sentido tiene?, ¿para que sirve?…me lo han preguntado muchas veces, y mi respuesta siempre es la misma: todavía no lo se. No tengo una respuesta exacta, pero si tengo muchas respuestas aproximadas. El Matterhorn es una vía de escape, un faro, un punto de energía que me relaja y me calma, es mucho mas que una cumbre.
Recuerdo perfectamente la primera vez que lo tuve ante mis ojos, fue a mediados de julio de 1990, en el transcurso de un viaje familiar. Estaba con mis padres en Chamonix y un día decidimos cruzar el Col des Montets y bajar hasta Martigni, en Suiza, para llegar hasta Visp y Täsch, donde tomamos el tren hasta Zermatt. El ruido de la cremallera, el sonido de las cámaras analógicas y el traqueteo del tren lo llevo grabado en mi memoria, y al llegar a la Bahnhoffstrasse, allí estaba, ese pedazo de mole. Lo había visto en televisión cuando solo había dos canales. Lo recordaba del Toblerone, de los lapiceros Caran d´Ache y de mil y una postales y fotos que había visto en revistas y libros, pero nunca lo había tenido tan cerca. Una vez realizamos la visita de rigor en teleférico hasta el Klein Matterhorn, a 3.883m, pude observar la magnífica cumbre desde varios ángulos, iniciando un periodo de investigación sobre la historia de su conquista que este verano ha llegado a un punto muy álgido, debido al 150 aniversario de la primera ascensión.
A partir de 1990, tuve el Matterhorn en mi mente durante muchos años, pero por caprichos del destino, no fue hasta el mes de diciembre de 2004, cuando con mi socia por aquel entonces, Lucia Méler, regresé a Zermatt para rodar un video-clip. Había fundado mi productora y nunca antes había estado en Zermatt en invierno, y fue ese contacto invernal, con un Matterhorn blanco, helado, petrificado por el frío intenso, lo que me hizo reaccionar. A partir de entonces, cada año y sin excusas, he visitado Zermatt por lo menos una vez, llegando incluso a pasar semanas y mas semanas en la población, mezclando placer con trabajo. Recuerdo la primera subida al Hörnlihütte, la primera vez que entramos en contacto con turismo de Suiza y turismo de Zermatt para escribir nuestro primer libro sobre Zermatt para Desnivel. Luego vendrían la guía oficial del Valais y la Matterhorn Region y el libro del Tour del Monte Rosa, sin olvidar el manual de Montañismo con Niños y La Montaña Puede Curar. Incluso El Lobo de las Nieves tiene varios capítulos dedicados al Matterhorn y a Zermatt. Y varios documentales, rodados con amigos que alucinaban al contemplar por vez primera ese coloso de roca, nieve y hielo.
He vivido momentos únicos en el Matterhorn, momentos que han marcado mi vida, la de mi familia y la de mis amigos mas cercanos. Son experiencias que no se pueden explicar con palabras, las mas profundas me las guardo para mi, pero en general, el Matterhorn, con toda su historia, con sus alegrías y sus penas, su frío y su calor, sus guías, sus gentes…forma parte de mi. De algún modo llevo esa montaña dentro, es una sensación única, que me anima cuando regreso a él, y me entristece cuando el tren toma la primera curva hacia Täsch y dejo de verlo.
Debo añadir que el cordal de cumbres que se inicia en el Monte Rosa y termina en el Weisshorn, también forman parte de mi vida, destacando el primer cuatromil que pisaron mis botas, el Breithorn, a cuya cumbre he podido regresar este verano. Mi vida cambia, mis emociones y sentimientos cambian, pero la montaña sigue estando ahí, fiel, sincera, dura y realista, nunca falla. Solo ella se deja conquistar, solo depende del hombre tener la voluntad, la humildad y el respeto para lograrlo.
Dicen que los montañeros en el fondo estamos un pocos locos, que no estamos bien de la azotea…una buena respuesta la tendría el gran Charles Bukowski cuando afirmó:
“Alguna gente no enloquece nunca. Qué vida verdaderamente horrible deben tener.”