“No siempre será verano, haceos cabañas”.
Trabajos y días, Hesíodo
“Cómo se agradece un septiembre a cierta edad. Tarde de sol frío, naufragios silenciosos por el cielo, un viento como una música que no suena, pero emociona las mejillas, un sol redondo y fuera de órbita como una luna equivocada”.
Un ser de lejanías, Francisco Umbral
Huérfanos de cielos más cálidos, hace ya varias semanas que los vencejos se fueron en busca de nuevos veranos de la misma forma que llegaron. Sin avisar. Sin hacer ruido.
De la misma manera, casi sin darnos cuenta, poco a poco el sol despierta cada vez más tarde. En el valle, los ríos han recobrado ya los días de silencio sin niños. Los laterales de los caminos se visten de moras silvestres. Las últimas romerías comienzan a oler a guisos y brasas de chimenea. Las leñeras de los pueblos comienzan a llenarse de madera, barrujas y piñotes para los días que vendrán. Y Orión, el cazador de invierno, está un poco más cerca.
Arriba, colgados de las paredes de la montaña, la piedra ya no nos quema la piel, cada vez más fría. La luz dorada que todavía se cuela por encima de las cumbres que tantas veces hemos recorrido nos recuerda que cada día debemos de bajar un poco más pronto. Y de regreso a casa, las praderas que nos esperan por debajo del bosque florecen con cientos de florecitas malvas.
Tal y como recuerda la tradición serrana que se extiende por toda la Península Ibérica, desde el sur de Extremadura hasta los Pirineos, estas flores se conocen vulgarmente con el nombre de quitameriendas (Merendera montana), aunque dependiendo de la zona reciben otras muchas denominaciones similares: alzameriendas, escusameriendas, espachaveraneantes, merendeira, quitamerendas, espachapastores, aventapastores, askari-lore (flor de merienda)…
Detrás de todas ellas, la misma idea: el momento del final del verano en el que comienza a florecer esta planta, al mismo tiempo que las tardes comienzan a acortarse drásticamente.
Por una parte, coincidiendo con el menor número de horas de luz que hace que los pastores tengan que recoger a las ovejas más pronto, perdiéndose ese ritual de la merienda que acompaña a las largas tardes del verano. Por otro lado, coincidiendo con el momento en el que los pastores tienen que comenzar a pensar en iniciar el camino de la trashumancia. E incluso recordando los días en los que los pueblos y las zonas de montaña comienzan a ver partir a los veraneantes que vuelven a sus rutinas tras el descanso del estío.
Pronto llegará el otoño. Y, una vez más, el paisaje y la luz insisten en recordarnos que el tiempo y los grandes cambios siempre van precedidos de pequeños detalles.