“Hasta el fin del mundo, hasta el fin de todos los finales del mundo”
El fondo del cielo, Rodrigo Fresán
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Las primeras nieves ya están aquí.
Y, rodeados de otoño, a medida que nos encaminamos al invierno que vendrá con la llegada de los días más cortos del año no podemos evitar volver la mirada hacia el verano con cierta nostalgia, todavía tan cercano.
“Todo el mundo debería de dormir bajo las estrellas al menos una vez al año”, podemos afirmar. Porque, al fin y al cabo, el vértigo que nos atrapa tumbados frente a un cielo estrellado en pleno mes de agosto también es una forma de sentir la inmovilidad que siempre trae consigo la nieve.
“Como el sueño de una bruja inventé tu rostro en el palo de una escoba. Volabas sobre un horizonte pintado en las torres de San Cernín. Y un gato llorándole a la luna, o el sollozo de un grillo escapando a los silencios. Traías la tibieza de tu noche hacia el frío de mi madrugada. Como un paisaje lunar inventé el delirio de una noche de verano. Se llamaba Joshua Tree y hubo una hoguera y mil estrellas. Era un sueño sin voces ni colores”, tal y como escribió Miriam García Pascual en Bájame una estrella.
“Lentamente, la sombra fría de la noche comienza a engullirnos y el cielo se llena de estrellas. Pero esta noche estamos absortos en mil pensamientos, rememorando recuerdos lejanos”, según recuerda Walter Bonatti en Montañas de una vida su retorno a la magia del Mont Blanc en plena madurez.
Lejos del silencio de las cumbres, después de todo siempre terminamos regresando a la gran ciudad.
Entre el asfalto y las prisas de las calles del centro, cuando todo era ruido, un viejo explorador de horizontes se sentaba con su telescopio junto a una de las grandes plazas peatonales que intentan ensanchar todo lo posible el nudo de estrechas esquinas y grandes avenidas repletas de tráfico. Durante años, allí estuvo cada día explicando todos los detalles del sol y del cielo a quien quisiera pararse a escucharle, convencido de lo fácil que puede llegar a ser viajar muy lejos sin moverse del sitio.
Igual que cada noche, mientras regresamos caminando a casa, podemos detenernos a mirar las pocas estrellas que pueden verse a simple vista entre las luces de la ciudad, soñando con las montañas que todavía nos esperan ahí afuera.
En ocasiones, durante estos días imposibles nos sentimos huérfanos de grandes viajes y exploraciones que ahora parecen demasiado lejanos. Pero, de la misma manera que en verano podemos sentir el frío de la nieve, el invierno enseguida vendrá a visitarnos para recordarnos que todo continúa girando, que todo termina pasando, y que siempre habrá mil y unas maneras de seguir huyendo, aún sin salir de nuestro balcón ni del rumor de una noche de cientos de ventanas encendidas.